Japoneando Anime: La princesa Mononoke

Los nombres de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli son de sobra conocidos no solo en Japón, sino en todo el mundo, además de ser sinónimos de calidad en forma de cine de animación para todas las edades. Pues bien, hasta La princesa Mononoke (もののけ姫), fuera del círculo de aficionados al manga y al anime, apenas sonaban y las películas «de dibujos» se consideraban en su gran mayoría dirigidas al público infantil (a continuación vino El viaje de Chihiro para poner la guinda en el pastel).

Es difícil entender el anime en cines antes de La princesa Mononoke. Akira y Ghost in the Shell eran títulos de culto entre los aficionados que no salían del formato doméstico (hablamos de la situación en un país como España, claro está). Por supuesto, tras el estreno de la de Ghibli, las salas pronto se llenaron de niños con padres abnegados que salían despavoridos tras los primeros cinco minutos de proyección. Casualmente, este es uno de los trabajos de Miyazaki más sangrientos (y tiene un arranque fuerte).

La princesa Mononoke cosechó críticas muy positivas a lo largo y ancho del planeta y sirvió de preludio para el Oscar a Mejor Película de Animación para Miyazaki por El viaje de Chihiro, siendo en la actualidad uno de los títulos más destacados de la filmografía de este autor y de los aficionados al anime o simplemente al cine.

La historia trata sobre un joven líder emishi, Ashitaka (voz en el original de Yôji Matsuda), quien se ve obligado a marcharse para siempre de su pueblo tras contagiarse de la maldición de un espíritu del bosque desbocado y con forma de jabalí gigante. En su viaje hacia el oeste, llega a la Ciudad de Hierro, donde conoce a Lady Eboshi (Yuko Tanaka), y al gran bosque, donde se topa con una misteriosa muchacha que vive entre lobos llamada San (Yuriko Ishida).

La princesa Mononoke. Studio Ghibli

El «anti nihonjinron» o ir contra el relato de la construcción identitaria colectiva de la japonesidad

En conjunto, se puede interpretar a La princesa Mononoke como la versión que quería aportar Miyazaki al nihonjinron (日本人 論) o, mejor dicho, su respuesta a éste, una especie de revisionismo histórico.

El nihonjinron es considerado la construcción de la identidad colectiva nipona por excelencia, aquélla que procede del libro que narra los orígenes de Japón (Kojiki, 古事記) y que se apoya en la figura del emperador, en el sintoísmo como religión principal y natural de Japón, en la lengua japonesa como «única» en el mundo y en la supuesta homogeneidad del pueblo japonés, superior a los demás y que, además, procede del bushidô o camino del guerrero (y de ahí su beligerancia). Es también el concepto del país-isla que evoluciona de manera independiente al resto.

He resumido muchísimo el nihonjinron, pero básicamente era (es) la corriente que se fortaleció a raíz de la apertura de Japón a Occidente en el siglo XIX, con la modernización de Meiji y posteriores campañas colonizadoras, a semejanza de Europa, hacia otros países de Asia Oriental (como Corea del Sur) que eran vistos como inferiores.

«Mi cultura iba mucho más allá de los estúpidos japoneses que empezaron la guerra, más allá de Hideyoshi Toyotomi, quien invadió Corea, y más allá de La Historia de Genji, que detestaba» (Hayao Miyazaki, cit. in Montero Plata, 2017: 105-6)

La princesa Mononoke. Studio Ghibli

Así, en La princesa Mononoke Miyazaki narra la historia desde la perspectiva de un miembro de uno de los grupos aborígenes de Japón, los emishi, quienes se enfrentaron al emperador en una guerra que duró entre el 774 y el 812 en el noreste de la isla principal del archipiélago, en la región de la actual Tohoku. Más adelante hablaremos más de los emishi.

Pero no solo Ashitaka, por la película pululan también personajes que son prostitutas, leprosos, forjadores de hierro o la propia San, una marginada de la sociedad y cuyo diseño con máscara está inspirado en máscaras domen (怒面) de la cultura Jômon (縄文時代), anterior a la formación del Japón/Yamato como nación.

Los samuráis aparecen poco y, cuando lo hacen, son bajo una perspectiva antagónica y efectivamente beligerante. El emperador es solamente nombrado y su ambición es superar a los propios dioses aunque para ello tenga que acabar con todo el mundo natural.

Tampoco se vislumbran apenas elementos «típicos» que se asocian con la cultura japonesa, como arrozales (únicamente cuando Ashitaka llega al principio al oeste de la isla) o grandes castillos, viviendas de daimyô (譜代大名); al contrario, los escenarios que más predominan son los de la fortaleza de prostitutas, leprosos y forjadores de hierro como epítome de la civilización, y el bosque donde habitan San y los suyos.

El mayor obstáculo a este revisionismo histórico de Miyazaki lo hallamos en la predominancia del sintoísmo en la trama, ya sea mediante los espíritus del bosque, la corrupción del tatarigami (祟り神), el shishigami (獅子神), los kodama (木霊). Pero bueno, que no estés a favor de algo no significa que te disguste todo el conjunto.

Los emishi y el imperio de Yamato

Como mencionábamos, los emishi (蝦夷) son uno de los pueblos originales de Japón que se describen, por ejemplo, en el Nihon Shoki (日本書紀), aunque de forma poco favorable (que al fin y al cabo había que legitimizar y fortalecer la figura del emperador).

Se desconocen sus orígenes (algunos académicos creen que proceden justamente de la cultura Jômon) y si están o no extintos, ya que otras corrientes defienden que los ainu (アイヌ), en Hokkaidô, provienen de ellos.

Se estima por descubrimientos arqueológicos y descripciones históricas que los emishi eran más bajos y anchos que los japoneses y también más peludos. Se destaca su fuerza y habilidad luchando a caballo y con el manejo del arco y de la espada (nada que ver con la katana), al igual que Ashitaka cabalgando sobre Yakul.

Los emishi se dividían en varios grupos, pero los que habitaban en la región de Tohoku fueron de los que se opusieron al emperador de Yamato y a su expansión por toda la isla desde la capital (Nara o Kioto, según la ocasión). Así se dieron varios enfrentamientos, destacando la citada guerra de los 38 años (774-812), durante la cual los emishi pusieron contra las cuerdas a los ejércitos imperiales (que seguían el modelo de infantería chino) mediante las tácticas de guerrilla.

Ashitaka tirando con arco mientras cabalga sobre Yakul. La princesa Mononoke. Studio Ghibli

Finalmente, los emishi fueron derrotados (tras copiar su modelo de combate de ataque en grupos reducidos y huida rápida) y algunos se adhirieron al ejército japonés.

El poblado emishi al que pertenece Ashitaka sería uno de los pocos que prevalecen en Honshû, pues La princesa Mononoke se sitúa en el período Muromachi, cuando ya quedaban pocos grupos en pie.

Con esta importancia dada a los emishi a través de su protagonista, Miyazaki muestra mediante La princesa Mononoke que Japón no siempre ha sido un pueblo tan homogéneo, tal como defiende el nihonjinron.

Período Muromachi y la llegada del Japón moderno

La era Muromachi (室町時代, 1336-1573) es, para Miyazaki, quizás el último vestigio de lo que quedaba «antes de Japón»: es el fin de los grandes bosques y de la naturaleza más salvaje, de los grupos emishi y de la convivencia con diversas culturas como los reductos de la Jômon. Llegan las ciudades, la tala masiva de árboles, la destrucción del paisaje natural y de los grandes guerreros daimyô como Oda Nobunaga, quien buscaba unificar el país.

Aún así, Muromachi no fue tampoco un período precisamente pacífico. A lo largo del mismo se establecieron shogunatos (幕府, bakufu, líderes militares) como el de Ashikaga Takauji y éstos tenían que jugar a equilibrar el poder con otros daimyô o señores feudales.

La princesa Mononoke. Studio Ghibli

Finalmente, este equilibrio de poder se rompió, lo que derivó en la formación de dos cortes paralelas: la Corte del Norte (apoyada por el shogun Ashikaga) y la Corte del Sur (que poseía los tres tesoros sagrados, lo que legitimiza al emperador), lo que evidentemente produjo una guerra civil (la de la batalla de Dan no Ura y El Cantar de Heike) y, bueno, la llegada de una figura como la de Nobunaga.

Durante la era Muromachi se dieron asimismo una proliferación del comercio y de la agricultura, el teatro no y del budismo zen.

Al final de La princesa Mononoke, los humanos asesinan al dios del bosque o shishigami, arrasándolo y generando una ola de destrucción que puede rememorarnos a un tsunami. Al final, tras recuperar la cabeza, Ashitaka, San y Eboshi tienen un atisbo de esperanza para empezar de nuevo un mundo mejor; similar a cómo Muromachi supuso el final de la Edad Media japonesa y la llegada del Japón moderno. Pero con ese toque optimista del Studio Ghibli.

Para saber más…

Guarné, Blai (varios autores, 2018): Antropología de Japón. Identidad, discurso y representación. Edicions Bellaterra.

Montero Plata, Laura (2017): Biblioteca Studio Ghibli: La princesa Mononoke. Héroes de Papel.

Ono, Sokyo (2014): Sintoísmo: La vía de los kami. Satori Ediciones.

Seco Serra, Irene (2010): Historia breve de Japón. Sílex Ediciones.

La princesa Mononoke. Studio Ghibli

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