Japoneando Anime: Dororo (2019)

Dororo (どろろ) es uno de los títulos con mayor reconocimiento del conocido como «dios del manga» Osamu Tezuka, si bien es uno de los más cortos y con un abrupto final. Tras pasar por varias adaptaciones de anime, videojuegos e incluso una película de acción real, el estudio Mappa llevó a cabo la última versión de Dororo (con permiso del manga de Satoshi Shiki, aún en publicación), aportando una visión algo más realista y cruda dirigida por Kazuhiro Furuhashi, quien ya había estado al cargo del anime y OVAs de Rurouni Kenshin.

La historia (que a grandes rasgos ocurre en todas las adaptaciones) nos presenta a Hyakkimaru, un joven que ha crecido sin extremidades, piel, vista, oídos o habla debido a que su padre, un daimio (大名, señor feudal) hizo un pacto con los demonios justo antes de su nacimiento, según el cual entregaría a su primogénito a cambio de prosperidad y riquezas para sus tierras. Hyakkimaru por suerte sobrevive y es criado por Jukai, quien le construye prótesis. Al alcanzar 16 años, se embarca en un viaje para derrotar a los demonios y recuperar así su cuerpo, conociendo a un niño llamado Dororo.

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Ayakashi, oni y otros demonios

Hace poco hablamos de los yôkai (妖怪), criaturas del folclore japonés que observan y en muchos casos imitan a los humanos, no siempre con carácter maligno. Hay yôkai de prácticamente todo tipo, incluso en objetos inanimados o en elementos de la naturaleza.

Dentro de los yôkai podemos encontrar especies como los ayakashi (アヤカシ), que suele hacer referencia a espíritus que habitan en el agua o que provienen de la otra orilla. En anime como Dororo o Noragami, el término ayakashi es generalmente utilizado para referirse a seres vinculados con el Más Allá, provenientes de la Orilla Lejana. En estos casos están más asociados a la corrupción del espíritu.

Otro conjunto de seres relacionados con los yôkai son los oni (鬼), que hacen mayor referencia a los demonios, ogros o diablos como tal. Los oni poseen por lo tanto un carácter algo más hostil hacia el ser humano y su forma es generalmente antropomorfa. Un anime reciente y popular que se apoya bastante en el mito del oni es Darling in the FranXX.

Si bien en Dororo Hyakkimaru persigue y derrota a los demonios, traducido así en nuestra lengua, no es que sean exactamente oni, pues su forma puede variar de una especie de escorpión/araña gigante a unos tiburones. En algunos episodios, como el 19, el enemigo a batir sí es más claramente un oni.

El budismo en Japón

Dororo posee muchas características del folclore japonés y también de su historia, a pesar de los evidentes elementos fantásticos. Por ejemplo su esfuerzo por mostrar una cara del Japón histórico que no está basada en la idealización del samurai (más bien al contrario) ni es la demostración de grandes castillos y templos. El arroz, tan característico y asociado a las teorías de la japonesidad o nihonjinron (日本人論) es aquí mostrado casi como la última y desesperada apuesta de un pueblo empobrecido y apartado del camino y de los anales de la historia por su falta de glamour.

El budismo (仏教) es otro de los rasgos clave de Japón, concretamente de su sincretismo religioso (pues convive pacíficamente con otras religiones como la natural del país, el sintoísmo). Introducido desde Corea en el año 552 según el Nihon Shoki (日本書紀), el budismo pronto se fue conformando en varias escuelas como la de la Tierra Pura (Jodo-Shu) o sobre todo la Zen, que sirvió de puente entre sectas viejas y nuevas y que ha supuesto una enorme influencia en la sociedad y cultura niponas.

El zen (禅) sostiene básicamente que la iluminación o satori (悟り) se alcanza mediante la meditación o zazen (坐禅). Se basa en alcanzar la visión de la verdadera naturaleza de las cosas y en aplicarlo a nuestra vida diaria y especialmente para con los demás.

Evidentemente, el budismo y el zen son mucho más complejos (máxime en Japón, donde puede percibirse el zen en prácticamente todo); no obstante este anime de Dororo es una buena ventana a lo que sería el budismo zen, pues lo hallamos en obviedades como la estatua bodhisattva de Guan Yin a la que reza la madre de Hyakkimaru y que impide que los demonios consuman su plan de devorar al niño; o en la historia del escultor Okaka.

Pero el budismo zen se encuentra asimismo en las principales tramas de la serie: quiénes somos realmente (cómo Hyakkimaru o Biwamaru, ambos ciegos, son capaces de percibir la esencia de los seres a su alrededor) y en el dilema de sacrificar una vida individual por el bienestar común.

Al final la propia madre de Hyakkimary y Tahomaru se asemeja a la figura de Guan Yin que reza. Dororo de estudios de MAPPA y Tezuka Productions.

«Aniki» y otras formas de dirigirse a otros

A lo largo de la historia Dororo se dirige a Hyakkimaru con la palabra «aniki» (兄貴), ocasionalmente mal traducida como «hermano». Al menos en inglés usan el término «bro», que aunque tampoco esté bien, le otorga ese rasgo de argot de pandilla callejera que puede asemejarse ligeramente a los yakuza, que es la idea prevaleciente por la actitud de Dororo y el haber sido criada entre bandoleros.

Aniki sí es un honorífico japonés (como «san», «sama», «chan», etc.) para dirigirse a un hermano mayor o a alguien de rango superior, que actualmente está desfasado y es utilizado principalmente por miembros de la yakuza o mafia japonesa para dirigirse a un camarada.

De todos modos, hay que tener en consideración (seguro que los que ven anime en versión original se han percatado de esto) la costumbre cultural y social japonesa de dirigirse a otra persona por honoríficos vinculados a la familia como onee san (hermana), oji san (tío) u obaa san (abuela), dependiendo del rango de edad y sexo del receptor y del emisor (si éste última fuera un niño, sería común que usase por ejemplo onee chan).

Así, que un niño u otra persona que no esté relacionado contigo se dirija a ti como «tío/a» (si estás alrededor de la treintena) no es de extrañar ni tampoco una rareza. Tampoco significa que te incluya dentro de su familia.

Esta costumbre puede pensarse como una derivación lógica de la división social que se tenía antiguamente en Japón basada en el ie (家, literalmente hogar), donde se arremolinaban en un sistema heteropatriarcal los abuelos, sus hijos, las esposas de éstos y toda su prole. El primer vástago terminaría ocupando el lugar del padre tras haberlo cuidado hasta su muerte, y así sucesivamente.

Dororo se dirige desde el principio a Hyakkimaru como «aniki». Dororo de estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Por lo tanto, que Dororo se dirija a Hyakkimaru como «aniki» nos habla de su crianza, de su personalidad y también, por supuesto, de cómo percibe a Hyakkimaru como un camarada (es curioso que no lo llame por ejemplo «onii chan«, que es lo que suele escucharse en otros anime); más que de un vínculo sanguíneo o simbólico.

En conclusión…

Como ya hemos comentado con anterioridad, a nosotros Dororo nos ha gustado mucho, a pesar de sus evidentes defectos (esos altibajos en la animación…). Sobre todo por sus personajes, su vínculo y por lo «japonés» que es, por brindarnos una visión del Japón antiguo que no se limita a samuráis, castillos y arrozales (si bien están presentes), de forma similar a lo que hace Hayao Miyazaki en La princesa Mononoke.

De hecho, nos hemos tenido que dejar cosas como los biwa hôshi (琵琶法師), que es a lo que se dedica Biwamaru; el denominado «problema de Astro Boy« que arrastran las obras de Tezuka (incluida Dororo); el período Sengoku en el que se ambienta; o la profunda jerarquía dentro de los sistemas feudales y que se vislumbra en el hogar de Tahomaru; por problemas de espacio.

Para saber más…

Toiyama, Sekien (2014): Guía ilustrada de monstruos y fantasmas de Japón. Quaterni.

Suzuki, Daisetz T. (2020): El zen y la cultura japonesa. Satori Ediciones.

Landeras, Javier (2014): Cómo hacen los japoneses: Un enfoque cultural para negociar con Japón. Satori Ediciones.

Portada de la edición blu-ray. MAPPA y Tezuka Productions.

Siete reflexiones sobre la humanidad y la sociedad a través de los animales

La adaptación a anime de Beastars se ha estrenado hace apenas un mes y lo cierto es que está resultando en una experiencia muy disfrutable, si bien no llega a los niveles de (casi) excelencia del manga creado por Paru Itagaki. No es la única obra que ha experimentado con la idea de adentrarse en fenómenos culturales o sociales, e incluso en el existencialismo humano, a partir de alegorías con animales (en este caso, antropomorfizados), empezando por la conocida Rebelión en la granja de George Orwell. Vamos a enumerar nuestras siete preferidas.

Zootrópolis (Rich Moore y Byron Howard, 2016)

Una de las últimas grandes cintas de animación proveniente de la Casa del Ratón, que parece más de Pixar que de Disney, es esta Zootrópolis (más conocida como Zootopia en otros lares) que narra las peripecias de una coneja, Judy Hopps, para lograr entrar al cuerpo de policía en la enorme y dinámica ciudad que da nombre a la película, donde conviven todo tipo de animales. Accidentalmente conocerá al zorro Nick Wilde, quien se verá obligado a ayudarla en un caso donde los carnívoros van perdiendo el control.

La división profunda entre carnívoros y herbívoros y si éstos pueden superar su naturaleza y llegar a la convivencia pacífica es el mismo tema del que partirá Beastars (de la que escribiremos más detalladamente), pero aquí, mensaje claro y comprensible en una cinta que no llega a las dos horas de metraje y que puede ser disfrutada igualmente por niños y adultos, se dirige hacia alegorías contra la xenofobia.

No es la primera película con animales antropomorfos realizada por Disney (cómo olvidar su versión de Robin Hood), pero sí nuestra favorita hasta la fecha.

Rebelión en la granja (George Orwell, 1945)

Orwell es un autor sobradamente reconocido, y no es para menos, pues suya es también 1984 (de rabiosa actualidad). Rebelión en la granja narra cómo los animales de un rancho se levantan contra el granjero y lo expulsan, haciéndose los cerdos (más concretamente, dos de ellos) con el control, basándose en una inteligencia superior. Éstos establecen una serie de normas contrarias a los humanos, las cuales se irán manipulando a medida que ocurren ciertos acontecimientos y los porcinos van adaptándose (demasiado bien) al poder, hasta transformarlas o hacerlas desaparecer casi del todo a su conveniencia.

Orwell escribió esta novela con la clara intención de satirizar el régimen soviético de Stalin y cómo éste fue acabando con el ideal socialista. Puede leerse también como una crítica contra los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo XX. Un título atemporal.

Kimba, el león blanco (Osamu Tezuka, 1950-1953)

El «dios del manga» Osamu Tezuka nunca ocultó que parte de su inspiración a la hora de dibujar partía de Disney, si bien las malas lenguas cuentas que las tornas se intercambiaron con el paso de los años al estrenar en cines a finales del siglo pasado una de las cintas más populares de la Casa del Ratón… Sea como fuere, Kimba, el león blanco siempre contó con bastante fama en Japón. Lo que llevó a una adaptación de anime, entre otros.

Kimba cuenta la historia de un león albino que logra huir de los humanos cuando es una cría, volviendo a la sabana africana. Allí intenta establecer los ideales de su difunto padre y de los aspectos positivos de la civilización humana en sus dominios, no sin dificultades.

La dualidad naturaleza contra cultura (o civilización) es otro de los aspectos más comunes en este tipo de obras, si bien Tezuka lo lleva a un terreno mayormente positivo. Kimba es además un león vegetariano, lo que nos sitúa de nuevo en el caso de carnívoros que buscan el respeto y la convivencia con los herbívoros.

Wes Anderson: Fantástico Sr. Fox e Isla de perros (2010 y 2018, respectivamente)

No podíamos decidirnos por uno de los títulos dirigidos por este peculiar (y genial) director, así que incluimos a los dos.

Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox en el original), basada en una novela de Roald Dahl, cuenta la historia de cómo el Sr. Fox lleva una idílica vida junto a su mujer y su hijo Ash. En realidad el ahora padre de familia era antaño un ladrón de gallinas, pero al enterarse de que su pareja estaba embarazada ambos deciden asentarse y llevar una vida «fantástica». Con el paso de los años, Fox va dejando aflorar más sus instintos y la necesidad de volver a su antigua vida, lo que lo pone en un compromiso con la sociedad animal y con un grupo de crueles granjeros.

Isla de perros por su parte narra las pericias de un grupo de cánidos que se ven obligados a sobrevivir abandonados a su suerte en una isla inhóspita, ya que el gobierno japonés ha decretado una ley que expulsa a todos estos animales. Un día aparece accidentalmente un niño nipón en busca de su perro, a quien el grupo de canes decide unirse para ayudarlo.

Mientras Fantástico Sr. Zorro utiliza el recurso de animales antropomorfos (por decisión explícita del propio Anderson), Isla de perros mezcla más activamente a los animales (tal como los conocemos, al menos físicamente) con los humanos. La primera es una sátira del ideal de vida (americano) y la búsqueda de la autorrealización; mientras que la segunda homenajea a las cintas de vaqueros y forajidos, e incluso a Los siete samuráis de Akira Kurosawa, a través de su maravilloso grupo de perros protagonista.

El jefe es una onee (Nagabe, 2013-2015)

Aquí nos ocurría algo similar que con Wes Anderson, ya que Nagabe suele dibujar a animales o seres antropomorfos en todas sus historias ( y somos especialmente fanáticos de La pequeña forastera), pero probablemente la que más se adapta hasta la fecha (de lo que hemos leído) al mensaje cultural o social basándose en alegorías con animales es esta El jefe es una onee.

El manga nos cuenta cómo el reptil Vincent Falnail es un ejecutivo, jefe de un departamento en una multinacional, de día, y travesti de noche («onee» en japonés, sin los sufijos «san», «chan» o similar significa gay, travesti, cisgénero o alguien con características que no se adaptan al papel masculino en la sociedad heteropatriarcal). Similar a lo que ocurriera con Fantástico Sr. Fox (pero evidentemente con una historia y estilo totalmente distintos), El jefe es una onee confronta el ideal de la sociedad contra el que uno mismo busca como individuo. Además, en este caso se abordan temáticas LGBTI con suficiente sensibilidad (lástima que solo ocupe un volumen).

Beastars (Paru Itagaki, 2016-)

Finalmente llegamos al anime de la temporada, si bien vamos a centrarnos más en el manga (ya que lleva 151 capítulos publicados en Japón frente a los 4 emitidos del anime).

Legoshi es un lobo gris que, a pesar de su feroz e imponente apariencia, resulta bastante tímido y torpe socialmente hablando. Un día en la academia a la que acude, Cherryton, una alpaca macho es asesinada devorada por uno de los alumnos carnívoros. La tensión creciente entre carnívoros y herbívoros se mezcla con el incipiente romance entre nuestro protagonista y una coneja, Haru (o Hal según algunas versiones), preguntándose si ambos podrán convivir y sacar adelante su relación.

Este es el punto de partida de un mundo mucho más rico creado por Itagaki y del que cada vez vamos descubriendo más matices que lo van acercando más al nuestro. Ahí están el ciervo Louis, la loba Juno, el caballo Yafya, el híbrido Melon, y así una multitud. Si bien se van abordando varias temáticas, la principal se basa en la posibilidad de relaciones románticas (y sexuales) entre carnívoros y herbívoros, ya que aparte de su propia naturaleza la sociedad y el sistema mismo no las favorecen. Entre medias, alegorías al feminismo, la masculinidad tóxica (partiendo de Legoshi y Louis) y los roles de género en una sociedad heteropatriarcal.

Hablemos del final de Dororo

Dororo ha terminado su última adaptación a anime, al cargo de estudios MAPPA, tras 24 episodios de emisión. Aunque su final dista de ser perfecto (la obra original, de Osamu Tezuka, prácticamente carecía de él), la verdad que nos ha dejado bastante satisfechos y, al contrario de lo que pueda parecer inicialmente, ha cerrado todos los frentes. Evidentemente, habrá SPOILERS de la serie.

Empecemos por la familia (biológica y adoptiva) de Hyakkimaru, ya que el destino que le ha deparado a su hermano menor Tahomaru es probablemente de lo más comentado.

Lo que hay que entender primero es que todos ellos han tenido un arco claro a lo largo de la serie, que en los casos de Jukai y Nui («las madres» de Hyakkimaru) han estado marcados por el sentimiento de culpa (Jukai por su anterior trabajo como verdugo, Nui por haber permitido que los demonios engulleran a su primogénito y luego se lo llevaran) y por la búsqueda de redención. Si bien Jukai cree haber encontrado su propósito al criar a Hyakkimaru y al haberlo salvado de una muerte segura, no lo tenía tan claro al comprobar que éste estaba perdiendo su humanidad y que era incluso capaz de matar (lo que él más detestaba) a otras personas. Es solo al final, cuando Hyakkimaru entiende lo vacuo de la venganza y su entrada en razón que Jukai lo tiene claro: le entrega su estatua de Buda y le pide como último favor que sea un buen tipo, algo que respalda silenciosamente Nui.

Es al comprobar ambos que al fin Hyakkimaru ha nacido que ellos pueden morir en paz. Es el ciclo de principio y fin y de vida y muerte. También hay que entender que en Japón (y especialmente antaño) la muerte no era entendida como lo hacemos en Occidente con su rupturismo y sentido de gran tragedia griega. Muchas veces piensan que es mejor morir que vivir con deshonra, o que su ciclo vital simplemente ha finalizado (por no hablar de las creencias en la reencarnación o en otras vidas).

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Esto nos lleva a Tahomaru, quien se ha dado cuenta, al igual que Hyakkimaru, que la venganza y constante batalla, las muertes de Hyogo y Mutsu, carecen de sentido. Todo es nimio en este mundo (Hyakkimaru vislumbra a Tahomaru con un hueco vacío a la altura del corazón) y Hyakkimaru no es el culpable de un castigo que no ha pedido y nunca mereció. Movido al final también por la culpa y por el sentido de compensación, Tahomaru se deja morir, ya que todas las tierras de Daigo han sido creadas sobre una injusticia y una gran mentira. En el momento en que Hyakkimaru gana un propósito, Tahomaru lo pierde.

Si bien no se ven las muertes de estos personajes de forma clara, dan a entender que fallecen y pensamos que al fin y al cabo, llegado el final del camino, era lo mejor para ellos (y sí, tanto Jukai como Nui querían morir, el primero no lo llevaba en secreto y la segunda ya se había intentado suicidar a mitad del anime).

En cuanto a Daigo, su escena final con Hyakkimaru ha sido para nosotros de las más satisfactorias. El personaje que más merecía morir no lo hace, vivirá sus días solo, abandonado, sin tierras y lleno de remordimientos. ¿Qué mejor para alguien como él? Su hijo además le da una lección: al contrario que él, que intentó matarlo haciendo un pacto con los demonios, será humano dejándolo vivir y consiguiendo las cosas con sus propias manos (lección del episodio 23 y que el propio Daigo parecía haber empezado a comprender entonces).

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Y al final… un arrozal

La segunda mitad del último capítulo nos lleva a los supervivientes del incendio en el castillo, esto es, el monje Biwamaru, Dororo y Hyakkimaru. 

El bonzo, que hace las veces de narrador tan al estilo «Biwa Hôshi» (琵琶法師), sirve asimismo de ventana del espectador. Sabe que Hyakkimaru buscará su camino y que Dororo ya ha hallado el suyo, por lo que no queda más que dejarlos y proseguir su recorrido. El entrañable personaje hace antes de irse una última revelación: él también era un samurái, aportando un poco de luz positiva a este grupo social y especialmente desde la perspectiva de Dororo, quien no los tenía precisamente en alta estima. La escala de grises de la que hace gala toda la serie se extiende hasta aquí.

En cuanto a Dororo, ya ha averiguado qué quiere hacer con el tesoro de sus padres: ayudará a los campesinos y a recuperar las maltrechas tierras de Daigo, ya libres del yugo de un señor feudal, dando así inicio a una etapa de libertad y más autogestión para el campesinado.

Este objetivo de Dororo no casa con el que asimismo ha hallado Hyakkimaru, que es recorrer mundo (al fin ha recuperado todos sus sentidos, ¡qué menos!) y conocerse a sí mismo. Al contrario que las quejas, a nosotros nos ha parecido acertadísima la decisión de separar a Hyakkimaru y Dororo. No solo porque es casi el final en prácticamente todas sus adaptaciones (y en el original), sino porque Hyakkimaru, que ha vivido siempre en una burbuja y que había empezado a relacionarse y ver el mundo como lo haría un niño (no estamos hablando de sus capacidades cognitivas, que son muy normales), estaba desarrollando un vínculo de excesiva dependencia con Dororo. Al tomar ambos caminos separados, con la intención de lograr sendos objetivos, queda pautado que es posible que vivan el uno sin el otro (aunque al final vuelvan a encontrarse, cosa que saben) y que además se respetan y se ven como iguales. Y que ambos necesitan crecer.

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Antes de irse, Hyakkimaru se acuerda de las semillas de arroz que pertenecían a Mio, personaje que dejó una profunda huella en su camino. Tal como quería la muchacha, el joven las planta con el objetivo de crear allí un arrozal. Esto confirma que la intención de Hyakkimaru, a pesar de su partida, es la de regresar, pues evidentemente no va a estar cuidando de un arrozal mientras lleva una vida nómada.

Por eso, y a pesar de que pueda prestarse a confusión, es Hyakkimaru el que planta las semillas, pero Dororo (previsiblemente) quien las cuida. Este arroz, planta y base alimenticia característica por excelencia de Japón (y a cuyo alrededor giran teorías sobre el nacimiento del pensamiento colectivo y bases de la japonesidad), simboliza asimismo la madurez de Hyakkimaru y Dororo. Semillas plantadas, se reencuentran cuando ya han crecido en una última escena de lo más emotiva.

Esta última escena no nos habla solo del reencuentro entre Hyakkimaru y Dororo, ya crecidos como el arrozal que se vislumbra de fondo, sino que además sucede en un puente (final del camino, unión entre dos mundos) y es Dororo quien corre hacia Hyakkimaru, quien la espera sonriente. Quizás una de las mayores pegas de este final, aparte de que sucede todo demasiado rápido y a trompicones (hay mensajes que aborda la serie que quedan un poco en el aire, como el que Hyakkimaru quisiese al final más su cuerpo para ayudar a otros que para sí mismo), es que vemos MUY poco de este reencuentro, lo que nos hace imaginar cómo será la vida y relación de Dororo y Hyakkimaru a partir de ahora.

Todo nos hace pensar que por supuesto llevarán una existencia pacífica y tranquila (dentro de las posibilidades del Japón feudal), primero porque se lo han ganado y segundo por las señales que envían el arrozal abundante (el sueño de Mio) y la liberación del campesinado gracias al dinero de Dororo (quien además es rica). Lo demás, queda a la imaginación del espectador.

P.D.: El manga original no tiene un final más cerrado y avanzado que este, más bien al contrario. En él, Hyakkimaru se separa de Dororo para recuperar el resto de su cuerpo y no se vuelve a saber de él. En este aspecto, debemos agradecerle a MAPPA una conclusión mucho más satisfactoria para una adaptación que por lo general supera a su predecesor.

Dororo, al final del camino siempre hay luz

Dororo es una de las numerosas obras creadas por «el dios del manga» Osamu Tezuka, prolífico autor que sin embargo dejó a este título sin un final propiamente dicho, ya que lo dio por finiquitado de forma bastante abrupta en 1969.

Este es uno de los motivos por el que, a pesar del paso de los años y de las distintas adaptaciones (a saber, el anime que versiona directamente al manga, un videojuego de PlayStation 2 y una película en acción real dirigida por Akihiko Shiota), Dororo no pierde el interés, simplemente no sabemos cómo va a acabar esta vez.

Además de esto, Tezuka toca aquí varios temas universales pero adaptados al microcosmos tan particular (desde la perspectiva de un occidental al menos) de Japón, como lo son la vida y la muerte, la bondad y maldad (especialmente en el ser humano), el (mal)uso de la religión, los intereses colectivos versus individuales, el desarrollo de lazos familiares y el amor entendido como tal, en su máxima expresión.

Para irnos orientando, Dororo trata sobre un muchacho, Hyakkimaru (voz de Hiroki Suzuki), cuyo padre, un damyo (señor feudal) llamado Daigo (Naoya Uchida), lo ofrece a los demonios a cambio de prosperidad en sus tierras. Por ello, Hyakkimaru nace sin extremidades, nariz, ojos, oídos, piel, espina bífida, sentido del tacto y voz. A pesar de todo, sobrevive abandonado por todos y rescatado solo por un médico, Jukai (Akio Ootsuka), quien lo cría como a un hijo. Pasado el tiempo, Hyakkimaru crece y decide viajar matando a los demonios y recuperando así y poco a poco su cuerpo robado. De este modo conoce a un ladronzuelo llamado Dororo (Rio Suzuki), quien decide seguirlo…

«Dororo». MAPPA y Tezuka Productions.

En lo primero que se distancia esta nueva adaptación, dirigida por Kazuhiro Furuhashi (con los OVAs de Rurôni Kenshin en su haber), de la obra de Tezuka es en su tono más dramático y realista, empezando por el propio Hyakkimaru, mucho más mundano (salvando las distancias) y serio que su contraparte del manga (quien hasta hacía uso de telepatía). En este sentido, el protagonista masculino es un ser que padece y sufre lo que le ha tocado vivir de forma bastante similar a como lo haría una persona que ha nacido con una discapacidad. Por ello, Hyakkimaru se frustra y sufre, lo que lo lleva ocasionalmente a caer en un abismo del que no sabemos si logrará salir, este último punto en el cual se profundiza más en esta segunda tanda de episodios (del 12 al 24). Qué tipo de personaje llegará a ser el protagonista, quien parece irse volviendo menos humano a medida que va recuperando su cuerpo, es una de las paradojas e incógnitas argumentales más interesantes.

En lo particular he agradecido este cambio respecto al manga, ya que se aprovecha asimismo para imbuir al relato de un estilo mucho más japonés, como ya detallamos, algo que le va como anillo al dedo a esta obra.

El personaje de Dororo por su parte también pierde parte de su vis cómica y se hace mucho más soportable que en el manga. Lo que unido a lo de Hyakkimaru y en general a la ambientación y el estilo vuelven a la obra más evidentemente madura. Lo que por ejemplo ya habíamos vislumbrado con Mio y los niños en la primera parte se profundiza aquí con la masacre de la aldea, Itachi o Saburota.

«Dororo». MAPPA y Tezuka Productions.

Lamentablemente, esta nueva adaptación de Dororo, si bien llega a superar al original, no está carente de fallos, especialmente en una segunda parte donde se vuelven más prominentes las irregularidades y los «experimentos» (famoso es ya el episodio 15 dirigido por el polémico Osamu Kobayashi). Esto se nota particularmente en la animación, la cual puede llegar a pecar de pobre y hasta chapucera (visto cómo anda el panorama de la industria, tampoco nos extraña). En este sentido, Dororo es una serie en la que prevalece claramente el estilo de dibujo, con sus fondos en acuarelas y los colores tenues, sobre las imágenes en movimiento

A nivel narrativo, podríamos resumir a la obra como una «road movie» (con toques de «buddy movie») con elementos sobrenaturales del folclore japonés y buenas dosis de drama. Esta estructura de «road movie» conlleva que algunos arcos argumentales se sientan más inconexos y forzados que otros, algo que le ocurría ya al manga de Tezuka.

A pesar de todo, una de las constantes de todo el título y su mayor logro es el desarrollo de Hyakkimaru y Dororo como personajes y la evolución de su vínculo, el cual adquiere una fortaleza que poco antes habíamos visto en un anime (o que al menos se nos hiciera tan creíble). Su espinoso recorrido por el difícil Japón feudal los pone en contacto con otras personalidades que, si bien no llegan a calar tan hondo, nos ofrecen un vistazo a otras realidades, algunas de ellas bastante impactantes.

Dororo es, como ya adelantamos, un relato muy japonés en forma, estilo, lo que cuenta y cómo lo cuenta. Su estilo, como ya hemos dicho, sumado a la efectiva banda sonora compuesta por Yoshihiro Ike (monumentos a esos opening de Ziyoou-vachi y Asian Kung-Fu Generation y especialmente a los ending de amazarashi y Eve, por favor) y a los matices de la historia junto a su emoción contenida la convierten en un producto que puede gustar o no, pero al que sin duda merece la pena darle una oportunidad. A nosotros ya se nos ha hecho un hueco en el kokoro para Hyakkimaru y Dororo.

Dororo o la esencia del relato japonés

Osamu Tezuka, conocido popularmente como el «dios del manga» debido a su prolífica carrera en el género cuando todavía no atraía a las masas (especialmente en su país de origen, donde actualmente se calcula que acapara más del 40% del mercado editorial), comenzó a publicar en 1967 Dororo, sobre el periplo de Hyakkimaru, un joven que había nacido sin extremidades ni ninguno de los sentidos y del ladronzuelo que da nombre a la obra, ambientada en el Japón del período Sengoku.

Han pasado los años (Dororo terminó de publicarse, abruptamente, en 1968) y el título de Tezuka sigue generando distintas versiones en formato de largometraje, videojuego o el anime que nos ocupa, desarrollado por el estudio MAPPA (Zankyou No Terror, Yuri!!! on Ice) junto a Tezuka Productions.

Dirigida por Kazuhiro Furuhashi (anime y OVAs de Rurouni Kenshin y HunterxHunter), con guión de Yasuko Kobayashi (Death Note, Shingeki No Kyojin, Claymore), como adelantábamos, la historia sigue los pasos de un misterioso joven llamado Hyakkimaru (voz de Hiroki Suzuki), quien carece de extremidades, nariz, habla, vista, oído y sentido del tacto, en su recorrido por recuperar todo lo perdido mediante la derrota de monstruos o demonios. En su camino se topa con Dororo (Rio Suzuki), un vivaz niño acostumbrado a sobrevivir en la adversidad gracias a su astucia, carisma y audacia.

Portada de la edición blu-ray. MAPPA y Tezuka Productions.

Uno de los grandes aciertos, tanto de la obra original como de esta adaptación, es el vínculo que se va estableciendo entre Hyakkimaru y Dororo. Niños ambos (pues Hyakkimaru no cuenta con más de 16 años y por su experiencia vital sabe del mundo incluso menos que su acompañante), se enfrentan a situaciones límite que únicamente los hace madurar y volverse más fuertes, especialmente en el plano emocional. En este sentido, Hyakkimaru, que es claramente el más aventajado físicamente de los dos, empieza siendo un guerrero bastante peculiar y muy diestro en la pelea debido a su portentosa habilidad nacida del puro deseo de vivir. Sin embargo, y al contrario de lo que pueda pensarse inicialmente, el ir recuperando los sentidos y extremidades no lo vuelve más fuerte. Incluso algunos de ellos (como el del oído) lo confunden en un principio enormemente, «como a una bestia herida que únicamente se refugia». Es, como decíamos, un recorrido hacia la madurez emocional más que la física, en un descubrimiento del mundo en su versión más cruda y más vivaz, lo que lleva inevitablemente a la conclusión de en qué clase de ser humano se convertirá Hyakkimaru, un ser que vivía inocente y «puro» en su mundo que va despertándose en una realidad cruel, pero cuyo vínculo con la humanidad se mantiene en Dororo.

Aparte de Hyakkimaru y Dororo, los claros protagonistas, en la narrativa aparece de forma recurrente el monje ciego Biwamaru (Mutsumi Sasaki), que hace las veces de unión con el espectador y voz de la razón; el «daimyo» y padre de Hyakkimaru, Daigo (Naoya Uchida); el hermano del protagonista, Tahomaru (Shoya Chiba); y de forma mucho más esporádica el médico en busca de redención Jukai (Akio Ootsuka); la joven Mio (Nana Mizuki); o los distintos individuos que se van encontrando los personajes principales en su camino (muchos de los capítulos son autoconclusivos); todos ellos forman un elenco bastante entrañable y repleto de tonalidades de grises, alejándose (generalmente) del maniqueísmo.

Dororo (2019). MAPPA y Tezuka Productions.

Porque Dororo es una obra que muestra la crudeza de la guerra y un Japón alejado de la prosperidad actual, con señores feudales enfrentados entre sí, hambruna e individuos desamparados e incluso fuera del sistema. La otra gran virtud radica, precisamente, en mostrar toda esta crudeza (con pequeños momentos de calma para darnos un respiro) y ahondar en las bases del relato clásico japonés.

Al menos en esta adaptación están presentes de forma preeminente elementos característicos de la cultura e historia del país del Sol Naciente, a saber: del budismo la figura de los dioses, especialmente la diosa de la misericordia o «Guanyin»en su versión china, y la percepción de distintas realidades; del sintoísmo y folclore algunos monstruos o «youkai» propios de las leyendas populares; del confucionismo y taoísmo la figura del mal gobernante con la consecuente pérdida de armonía y la aparente búsqueda de equilibro «yin y yang» o masculino/femenino; entre otros. Por no hablar, claro, de los samuráis, bandidos, monjes y demás figuras tan característicos del imaginario cultural nipón.

Este reflejo del «Japón clásico» se vislumbra asimismo en el estilo artístico, con fondos pintados a mano y acuarelas, así como diseños de personajes de Hiroyuki Asada y Satoshi Iwataki que, más que al estilo de Tezuka, nos recuerda al de los OVAs de Rurouni Kenshin, mucho más realistas.

Dororo (2019). MAPPA y Tezuka Productions.

Sin embargo, esta primera mitad de Dororo (que tendrá un total de 24 episodios) se mantiene algo irregular en la calidad de la animación; aunque nunca es mala. Dicho de otro modo, hay capítulos cuya animación es más soberbia que en otros, y esto es bastante apreciable.

La banda sonora, compuesta por Yoshihiro Ike, también nos ayuda a sumergirnos en Japón y sus sonidos característicos, como lo es la austeridad en sonidos rimbombantes, eclécticos y tecnológicos, y sí con la abundancia de tonos melódicos e instrumentales, sobre todo de elementos provenientes del país nipón como el koto o el shamisen. El opening («Kaen») y ending («Sayonara Gokko») de esta primera mitad, a cargo de Ziyoou-vachi y Amazarashii, respectivamente, son prácticamente insuperables (difícil legado tienen para la segunda tanda Asian Kung-Fu Generation y Eve). Curiosamente, el estilo de dibujo del opening sí se asemeja más al de Tezuka.

En definitiva, nos encontramos ante el que es, para nosotros, anime de la temporada (y eso que The Promised Neverland y Mob Psycho 100 son a su vez productos a la altura). Principalmente por su capacidad para sumergirnos en el Japón feudal y fantástico, por sus personajes tan absolutamente entrañables (teniendo en cuenta que esta versión de Hyakkimaru es mucho más callada y reservada que la original, mayor mérito tiene) y por su ritmo pausado y cargado de emoción contenida (aunque el episodio 12 se nota algo apresurado). No podemos esperar a una segunda y última mitad que, esperamos, sea al menos tan redonda como la primera. A todo esto, se estrenará el próximo 8 de abril y recordamos que puede verse por Amazon Prime. 

Dororo (2019). MAPPA y Tezuka Productions.

Siete títulos de anime y manga de samuráis para ver y leer

Los samuráis (侍) son una de esas figuras provenientes del país del Sol Naciente que tan fascinantes y atractivas nos resultan desde la perspectiva occidental, mezcla de exotismo, dura disciplina, habilidades prodigiosas y cierta perdurabilidad y cercanía en el tiempo.

El anime y el manga no han sido ajenos a este atractivo, y son varios los títulos que han versado sobre el «bushidô» (武士道) o camino del guerrero, o que han tenido como protagonista a un samurái. Vamos a hacer nuestro listado de cuáles son nuestros preferidos y los motivos, tarea que no ha sido sencilla por la cantidad, calidad o simplemente lo adictivo de varios de ellos (sí, somos conscientes de Gintama).

Rurôni Kenshin (るろうに剣心)

El clásico por excelencia, al menos dentro de los títulos de manga y anime surgidos en la década de 1990. A partir del manga de mismo título creado por Nobuhiro Watsuki, la adaptación al anime de Rurôni Kenshin, llevada a cabo por los estudios Gallop y Deen nos cuenta las vivencias de un «ronin» o samurái vagabundo llamado Kenshin Himura tras encontrarse accidentalmente con la dueña del «dôjô» del estilo Kamiya, Kaoru.

Animación de calidad, personajes carismáticos, acción trepidante (Watsuki es un declarado fan de los cómics norteamericanos) y una banda sonora insuperable  (compuesta por Noriyuki Asakura) logran en conjunto una obra que ha quedado en el recuerdo de muchos de los que crecimos viéndola (en España con el título de El guerrero samurái y en América Latina con Samurai X).

Los OVAs de esta serie (sobre todo los primeros, Tsuiokuhen 追憶編) son además de una sensibilidad y apartado técnico exquisitos, de lo mejor que servidora ha visto en anime y en general en todo el ámbito de lo audiovisual.

Samurai Champloo (サムライチャンプル)

El nombre de Shinichiro Watanabe (Cowboy Bebop, Zenkyou No Terror) es sinónimo de calidad para cualquier seguidor de anime. Su segunda obra como director es la que nos ocupa, siguiendo la estela dorada dejada por su predecesora, el considerado ya clásico Cowboy Bebop. Al igual que ésta, Samurai Champloo se encarga de mezclar géneros tan dispares como la música hip-hop con el cine de samuráis «chanbara» (チャンバラ).

Animada por el estudio Manglobe, que lleva a cabo un trabajo excepcional durante los 26 episodios que la componen, la serie nos cuenta el fortuito encuentro entre la joven Fuu, que busca al samurái que huele como los girasoles, el impulsivo Mugen y el sensato Jin, generándose así una «road movie» con dinámicas muy curiosas, especialidad de Watanabe.

Samurai Deeper Kyo (サムライ ディーパー キョウ)

Volviendo al shônen puro y duro, en 1999 comenzó a publicarse esta obra de Akimine Kamijô, que pronto tendría su adaptación a anime al cargo otra vez del estudio Deen (que abarcaría únicamente una parte de la historia del manga).

La historia parte del vendedor de medicina Kiyoshiro Mibu, quien se encuentra con la cazarrecompensas Yuya Shiina, que desconoce que en realidad dentro del aparentemente inofensivo Kyoshiro vive el alma de Kyo «Ojos de ogro», un samurái famoso por haber matado a más de 1.000 rivales en una sola batalla. El resto de la narrativa se centra en la búsqueda del verdadero cuerpo de Kyo y, de forma muy similar a Rurôni Kenshin, mezcla fantasía y acción a raudales con acontecimientos y personajes históricos verídicos, esta vez ambientados en el período Sengoku (Kenshin lo hacía en el Meiji).

Peace Maker Kurogane (PEACE MAKER 鐵)

Peace Maker Kurogane, manga de Nanae Chrono que empezó a publicarse en 1999, podría tratarse (casi) perfectamente de un «spin off» de Rurôni Kenshin, ya que comparten episodios históricos y hasta personajes que fueron reales como Sanosuke Sanada, Hajime Saito o Souji Okita (retratados aquí de forma muy distinta).

El manga de Chrono tuvo una adaptación al anime por Gonzo Digimation que abarcaba la primera parte argumental y que, si bien se mantiene bastante fiel, ofrece una animación algo más regulera (el dibujo y expresividad de la mangaka simplemente nos parecen espectaculares). Se estrenó además una película, con el sobretítulo Yûmei, en cines japoneses el pasado noviembre.

La narrativa cuenta los últimos días del Shinsengumi (新選組), una especie de cuerpo de policía samurái durante el período final del shogunato en Japón, a través de la llegada de su nuevo miembro, Tetsunosuke Ichimaru, a medida que va topándose con personajes históricos reconocidos en el país nipón como Hijikata Toshizô o los citados Okita y Saito.

La espada del inmortal (無限の住人)

Manga de Hiroaki Samura que se publicó entre los años 1993  y 2012, cuenta con una adaptación al anime de 13 episodios desarrollada por Production I.G. y con una película de imagen real dirigida por Takashi Miike que puede verse en Netflix.

La historia, ambientada esta vez en la era Edo, cuenta las desdichas (porque esta obra está repleta de ellas) de la joven Rin Asano, que busca vengar el asesinato de sus padres. Por suerte para ella, se topa con el samurái Manji, en realidad inmortal debido al hechizo de una monja/bruja, sin importar la cantidad de heridas que reciba. Para librarse de esta «maldición», Manji debe asesinar a otros mil hombres malvados.

Este título es de corte más maduro que los anteriores (salvando quizás los OVAs de Rurôni Kenshin), por lo que es habitual ver en él vísceras y sangre por doquier (la película de Miike también es buen ejemplo de ello). Sin embargo, y a pesar de un final bastante precipitado y edulcorado a mi juicio, ofrece momentos muy de la sensibilidad nipona, y los antagonistas Anotsu y Makie merecen todo tipo de reconocimientos.

Dororo (どろろ)

La última adaptación al anime de Dororo, publicada originalmente por el «dios del manga» Osamu Tezuka entre 1967 y 1968, está siendo (para nosotros, al menos) la revelación de esta temporada. Elaborada por el estudio Mappa, este título, considerado un clásico en Japón, no deja de sorprendernos, a pesar de su historia archi conocida (pero con un final algo inconcluso, ya que Tezuka la terminó precipitadamente y bajo presión).

La narrativa, de nuevo en el período Sengoku, nos cuenta cómo un «daimyo» o señor feudal decide hacer un pacto con los demonios: ofrece a su primogénito a cambio de paz y prosperidad en sus dominios. Así se hace y los entes demoníacos se quedan con las extremidades, piel, nariz, boca, ojos, oídos y sentido del tacto de Hyakkimaru (que así se llamará el recién nacido). Pasan los años y Hyakkimaru, que había sido dado por muerto, crece y busca recuperar todo lo que le han robado a la par que asesina a estos demonios. En su camino se encuentra con Dororo, un joven ladronzuelo muy vivaz.

Aunque la animación está siendo un pelín inconstante, los diseños de monstruos y los personajes, el ritmo y nuevamente sensibilidad de la historia, el reflejo de un Japón feudal con elementos de su mitología y religión y, sobre todo, la dinámica entre Hyakkimaru y Dororo, hacen de este título un imperdible.

Vagabond (バガボンド)

Llegamos a Vagabond, la obra magna de Takehiko Inoue (que todo lo que dibuja, lo dibuja MUY bien), que empezó a editarse en 1998 y todavía se encuentra en publicación.

Vagabond es una obra compleja (de hecho, Inoue siempre se ha negado por ello a que tenga adaptación a anime), por lo que cuenta y por cómo lo narra. Sigue los pasos de Musashi Miyamoto, «el Cid Campeador» de los japoneses, en su periplo por el «bushidô» y su encuentro con personajes asimismo emblemáticos como Kojiro Sasaki.

Nos quedaríamos cortos buscando adjetivos que halaguen este título, partiendo de su dibujo lleno de vida y repleto de detalles, la introspección que hace en la psique de los personajes (Rindo y Baiken…) y la representación (aparentemente bastante fiel) del Japón de los períodos Azuhi-Momoyama y Edo. No por nada, ha sido galardonado con varios premios, como la Condecoración Cultural Tezuka Osamu y la Condecoración Kodansha por Mejor Manga.

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