Japoneando Anime: Akira (1988)

Akira (アキラ), manga y película de anime creados por Katsuhiro Otomo, es uno de esos títulos considerados de culto no ya dentro del mundo del manga y anime, sino del cine universal (desde Leonardo DiCaprio hasta Taika Waititi han estado interesados en el proyecto de llevarlo a Hollywood). No obstante, es una obra adulta que aborda temas algo complejos. Avisamos de que nos ceñiremos sobre todo al anime, ya que el manga varía bastante en algunos apartados de la historia.

Kaneda y Tetsuo son dos jóvenes que pertenecen a una banda callejera, que enfrenta a otras a bordo de sus motos durante las noches en Neo-Tokio, reconstruida tras la fatídica Tercera Guerra Mundial. En una de estas confrontaciones, Tetsuo tiene un accidente al chocar contra un misterioso «niño», lo que le otorga ciertos poderes y la atracción de ejército y gobierno. Mientras Kaneda y su banda intentan liberar a Tetsuo, éste empieza a despertar cualidades insospechadas y que alterarán el orden no ya de Japón, sino del mundo.

El Japón de la posguerra y los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 (y 2020)

El contexto y la ambientación en Akira no son mera decoración post-apocalíptica, juegan un importante papel en la trama. Durante cierta escena de la película (mucho más desarrollada en el manga) se habla claramente de cómo Tokio resurgió de sus cenizas tras la catastrófica Tercera Guerra Mundial de 1988, para acabar convirtiéndose en una ciudad corrupta y «muerta», que no tiene un objetivo claro sobre el que mantenerse.

Como bien es sabido, tras la rendición sin condiciones de Japón ante Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, el país nipón pasó a estar ocupado por tropas norteamericanas con la intención de ayudar a su reconstrucción. Fue una etapa ciertamente dura, pues Tokio había sido casi completamente arrasada por los bombardeos y había altos índices de pobreza. No era inusual que las japonesas se prostituyesen a los soldados y que los niños mendigasen (entre otros asuntos turbios).

Los estadounidenses se retiraron de Japón en 1952, cuando consideraron finalizada su misión y tras la firma del Tratado de San Francisco. A pesar de que siguen habiendo bases militares de Estados Unidos repartidas por el país (algunas de ellas con especial polémica, como la de Okinawa), los nipones ya alcanzaron un cierto grado de independencia.

No obstante, la dura posguerra continuaba sintiéndose (a pesar de que Japón se vio económicamente beneficiada por la Guerra de Corea de 1950-53), y no fue hasta la década de 1960 cuando el país nipón retomaba el vuelo, y de qué manera. Se lo conoció como «el milagro económico japonés» (高度経済成長) y, para 1964, era el primer país con mayor crecimiento económico en el mundo, habiéndose adelantado en el PIB a todas las naciones occidentales salvo Estados Unidos.

Los Juegos Olímpicos de 1964 celebrados en Tokio sirvieron para exponer al mundo que Japón ya no era ni un país fascista ni, sobre todo, pobre. Había superado admirablemente la posguerra y estaba en la cúspide de la economía mundial (donde todavía se mantiene, a pesar de todo). En una época donde todavía no había internet, el seguimientos de los Juegos expuso las imágenes de este Japón desarrollado, siguiendo el modelo capitalista de Occidente. Además, sirvieron para dar otro impulso económico.

Pero no es oro todo lo que reluce. El rápido e impresionante crecimiento económico japonés llegó a colapsar en la década de 1980, con el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera, dando lugar a una crisis de la que todavía no han terminado de recuperarse. Se acabó el encanto y el milagro, dando lugar a la denominada «década perdida» (失われた十年).

Akira es una ventana a estos años. En los ochenta ya empezaban a sentirse los primeros coletazos de la crisis, era el fin de una era de encanto. Efectivamente, Tokio había resurgido de sus cenizas tras la Guerra Mundial, como alumno aventajado del capitalismo, para luego quedarse en una tierra anodina de hormigón y salaryman (サラリーマン).

Los Juegos Olímpicos marcan un punto argumental esencial en Akira, tanto en el anime como en el manga, y el estadio Olímpico es donde se desarrolla el desenlace de la trama. Es la exposición del Japón desarrollado (pero, en el fondo, decadente) al mundo. Aunque este ideal se encuentre en sus últimos momentos de vida.

Los Juegos Olímpicos de 2020, celebrados finalmente (y no sin inconvenientes ni protestas) en 2021, no han servido evidentemente de base para la obra de Otomo (a no ser que fuese vidente), pero curiosamente van como anillo al dedo como reflejo del mundo retratado en Akira: entorno algo post-apocalíptico (en este caso pandémico), con un Japón decadente (si bien sigue siendo tercera potencia mundial) y un ambiente crispado y convulso socialmente.

Estadios olímpicos vacíos en Akira. Katsuhiro Otomo.

Las bandas callejeras y el activismo estudiantil

La crispación social nos llevan al segundo punto de este Japoneando Anime, también esencial en Akira, y es que Otomo se basó en la década de 1960 (en la cual era adolescente, pues nació en 1954) para mostrar la rebelde juventud que pulula por su obra magna.

Japón no fue siempre el aparente país apático, políticamente hablando, que llevan años mostrándonos, pues en las décadas de 1960 y 70 las actividades reivindicativas, especialmente en los ámbitos universitarios y sindicales, eran notorias. Otro ejemplo conocido lo hallamos en otro popular director de anime, Hayao Miyazaki, quien, aunque mayor que Otomo, se nutrió de la actividad sindical de estos años que luego mostraría, más sutilmente, en su obra.

Dentro de estos movimientos sobresalió el Zengakuren o Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles (全日本学生自治会総連合), surgida en 1948 motivada por un sentimiento contrario a la ocupación norteamericana y su notable influencia en la economía y sociedad. Vinculada al Partido Comunista japonés, organizó numerosas protestas contra las guerras de Corea o de Vietnam (1955-75).

Esta movilidad social llevó asimismo al surgimiento de bandas callejeras. En Japón, destacaron los conocidos como bôsôzoku (暴走族), motoristas al más puro estilo de la subcultura norteamericana (si bien al principio la influencia provino más del rock de Reino Unido). Normalmente jóvenes de entre 16 y 19 años, provenientes de clases humildes, conducían temerariamente y sin casco, saltándose las normas de conducción vial y portando ocasionalmente armas como tuberías. A veces llevaban con ellos banderas del Japón imperial y símbolos neo-fascistas, por lo que se han vuelto a poner de relativa moda en redes sociales a raíz de la polémica por otro manga/anime, Tokyo Revengers.

Tanto Tetsuo como Kaneda pertenecen a una banda motera ilegal, siendo ambos menores de edad y en donde se convive con la violencia y el consumo de drogas (más visibles en el manga). La icónica primera escena de la película muestra uno de los enfrentamientos con otra banda y los altercados que van produciendo por Neo-Tokio.

No solo las bandas juveniles japonesas influyeron en Akira, sino también las estadounidenses, o más bien, las que ha mostrado el cine de Hollywood (que evidentemente también llegaba a Japón) como Easy Rider (1969), de la cual Otomo también ha bebido.

Akira es en definitiva una obra atemporal. Si bien se ha realizado en los años 80, con sus peculiaridades e influencias arrastradas de las décadas anteriores, es perfectamente aplicable a nuestra convulsa realidad del siglo XXI (aunque la evidente ausencia de aparatos móviles chirría un poco). Nos dejamos en el tintero otros aspectos importantes en la narrativa como las bombas nucleares lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki, de las cuales ya hemos hablado con anterioridad.

Para saber más…

PÉREZ RIOBÓ, Andrés y SAN EMETERIO CABAÑES, Gonzalo, Japón en su historia. De los primeros pobladores a la era Reiwa, Gijón, Satori Ediciones, 2020.

RODAO, Florentino, La soledad del país vulnerable: Japón desde 1945, Barcelona, Planeta, 2019.

SECO SERRA, Irene, Historia breve de Japón, Madrid, Sílex Ediciones, 2010.

Japoneando Anime: Sakamichi no Apollon (Kids on the Slope)

Volvemos con la sección Japoneando Anime y, como no podía ser de otro modo, con una serie del gran Shinichiro Watanabe (Cowboy Bebop, Zankyou no Terror, Samurai Champloo). En este caso le toca a Sakamichi no Apollon, traducida como Kids on the Slope («Niños en la ladera»), un manga original de Yuki Kodama y adaptado al anime por el mencionado Watanabe.

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La adaptación al anime consta de 12 episodios de unos 25 minutos cada uno. De la animación se encargó el estudio MAPPA (que repetiría posteriormente con Watanabe en Zankyou no Terror). En el apartado musical (un aspecto esencial en esta serie) se encuentra la inigualable Yoko Kanno, otra de las habituales colaboradoras de Watanabe. Aunque, todo hay que decirlo, muchas de las piezas que suenan a lo largo de este anime son adaptaciones de clásicos del jazz y del blues (género musical importantísimo asimismo en Cowboy Bebop). El opening se titula Sakamichi no Melody (坂道のメロディ) y es interpretado por YUKI, mientras que el ending Altair (アルタイル) es cantado por Motohiro Hata en colaboración con Sakamichi no Apollon.

Adentrándonos en el argumento de este anime, podría decirse que entraría dentro del género shôjo, es decir, manga para chicas jóvenes/adolescentes. Aunque, a decir verdad, algunos de los temas aquí tratados son algo más adultos de lo que habitualmente podríamos hallar en un shôjo. Sin embargo, el tema principal en Sakamichi no Apollon y que resuena en cada una de sus partes es el jazz. Como tal, la serie se encuentra ambientada en Japón durante el verano del año 1966. ¿Por qué esta época? Ahora lo veremos.

 

Kaoru Nishimi es un tímido joven que poseo un gran talento para la música (concretamente para tocar el piano) y que acaba de llegar a vivir a la prefectura de Nagasaki con unos parientes. En su nuevo instituto, conoce a dos jóvenes que le cambiarán la vida: Sentaro Kawabuchi, un joven impulsivo y que suele meterse en problemas, pero que al igual que Kaoru le apasiona la música; y Ritsuko Mukae, una chia responsable y delegada de la clase de Kaoru. Pronto, los tres se hacen inseparables y Sentaro y Kaoru acaban tocando juntos en un grupo de música jazz, donde ambos encuentran más fácil y sencillo expresar sus sentimientos. A través de la música…

  • El jazz y el blues

Hagamos un paréntesis aquí, ya que, como todo el mundo sabrá, jazz y blues son dos géneros musicales originarios de Estados Unidos y que se han ido expandiendo por todo el mundo, también en Japón. No obstante, tal como indicábamos, estos géneros musicales son ampliamente escuchados a lo largo de Sakamichi no Apollon, con piezas como: My Favorite Things (John Coltrane), Someday My Prince Will Come (Miles Davis) y Moanin´(Art Blackey & The Jazz Messengers), entre muchas otras.

Es imposible explicar en dos párrafos un género musical que se originó a finales del siglo XIX (que se dice pronto) en Nueva Orleans, como una forma de expresión artística de la comunidad afroamericana y que traía influencias tanto de la música europea como de la africana. Tres de los rasgos característicos comunes del jazz serían: un ritmo especial conocido como swing, un fraseo y un sonido que dejan entrever la personalidad del músico y la importancia de la improvisación. El segundo es quizás por lo que el jazz cobra tanta importancia en Sakamichi no Apollon: el gamberro Sentaro y el introvertido Kaoru pueden expresarse mejor a través de su música.

No por nada, el propio Watanabe ha explicado que su fanatismo por este estilo de música y el hecho de sentirse identificado con la época en la que está ambientado el manga es lo que provocó que se decidiera a dirigir la adaptación al anime.

  • Japón y las revueltas estudiantiles de los 60

Muchos pensamos en tranquilidad y armonía social cuando pensamos en Japón. Un país donde siempre hay educación y respeto por el otro, donde el orden y la seguridad imperan. Sin embargo, no siempre fue así.

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Tras finalizar la II Guerra Mundial, habiendo admitido el emperador Hirohito la derrota frente a los estadounidenses, lo cierto es que se originó entre la población nipona un fuerte sentimiento contrario a todo lo proveniente del país norteamericano. Este sentimiento fue canalizado de diversas formas, siendo una de ellas la formación del Partido Comunista Japonés, el cual acabó ramificándose en el llamado Zengakuren (全学連) o Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles, en 1948, solo tres años tras el final de la guerra.

Las actividades del Zengakuren iban desde lo más diplomático hasta el uso de la violencia, y protagonizaron varios episodios. Sin embargo, su presencia se intensificó con el estallido de la Guerra de Vietnam (1955-1975), y fue especialmente convulsa entre los años 1968 y 1970 (recordemos las revueltas de mayo del 68 en Francia y todo lo que aquello desencadenó). De forma similar al país galo, los estudiantes universitarios japoneses tomaron varios edificios del campus en reclamo de mejoras salariales (para los estudiantes de medicina en prácticas, por ejemplo) o como protesta contra las subidas de las tasas universitarias. A todo ello se le sumaba que las universidades públicas no solían hacer tanto uso de la seguridad(privada o policial), en comparación con las privadas. Así, universidades como la de Tokio o la Nihon fueron tomadas y en su interior los grupos de protesta se reestructuraron en el Zenkyôtô (Zengaku Kyoto Kaigi o Comité Inter-Campus de Lucha Conjunta), cuyo modus operandi se basaba en la democracia de masas y en los mítines abiertos. Seguían las influencias de movimientos como la Revolución Cultural China o los de liberación en países del tercer mundo. Las tensiones, violencia y cada vez mayor intervención de los antidisturbios en los edificios de las universidades públicas desembocó en barricadas y barrios tomados (al estilo parisino) y, finalmente, bajo la intervención directa del Ministerio de Educación, en miles de arrestados y heridos. Las huelgas y manifestaciones no prosperaron y todos estos movimientos acabaron disolviéndose.

En Sakamichi no Apollon tenemos al personaje de Junichi como representante de este tipo de ideologías (al menos en un principio, o a través de flashbacks). No por nada, la serie está ambientada en la década de 1960. También cabe preguntarse si Watanabe mismo no guardará algo de simpatía hacia este tipo de grupos e ideologías, puesto que en Zankyou no Terror volvería a sacar a coalición estos temas, y hasta uno de los detectives se lamenta de la ausencia de movimientos protesta entre los jóvenes del Japón actual. En cualquier caso, eso quedaría dentro de la brillante cabeza de este genio.

  • Conclusión

Sakamichi no Apollon es, en conclusión, una oda a la música. Pero no a cualquier música, sino al jazz y a su enriquecedor número de sub-géneros, y cómo éste puede servir de hilo conductor para que un grupo de jóvenes dispares se exprese y se vincule irremediablemente. Porque, para empezar, Kaoru y Sentaro no pueden ser más diferentes: uno de clase alta, estirado y tímido; el otro de clase más humilde, impulsivo y desaliñado. Sin embargo, ambos se unen a través de su pasión por el jazz. En medio, una historia que nos habla sobre la madurez que inevitablemente llega en cualquier época y contexto, sobre las relaciones de amistad y de amor. La década de 1960 en Japón como telón de fondo, la dirección de Watanabe y la batuta de Kanno: no se puede pedir más.

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