Esos clásicos inolvidables: Pesadilla antes de Navidad (1993)

Tendría unos siete u ocho años cuando un día mi madre me compró en el Carrefour (por aquel entonces Pryca) un VHS con unos peculiares dibujos en su carátula: aparecían una especie de esqueleto alargado y vestido con traje cogiendo de la mano a una muñeca de trapo. A su alrededor bailaban tres niños disfrazados de diablillo, bruja y ¿Jason? En el rótulo ponía «Pesadilla antes de Navidad«. Quién me iba a decir que aquella película, totalmente desconocida por aquel entonces para mí, se convertiría en una de mis favoritas, incluso a día de hoy.

El inicio (con voz en versión original de Patrick Stewart… sí, el Profesor X de X-Men o el Picard de Star Trek) cuenta así (en español):

Érase una vez, hace mucho tiempo…

Es posible que en sueños hayáis visto el lugar,

pues la historia tremenda que os voy a contar

ocurrió cuando el mundo era antiguo.

Seguro os habéis preguntado:

«¿Las fiestas de dónde salieron?»

Sino, ahora vais a saber lo que fueron.

Tras esto, la primera (y pegadiza) canción, Esto es Halloween, cuya letra todavía me sé de memoria. Mientras tanto, hipnóticas figuras en stop motion que se mueven por lúgubres y encantadores escenarios. Esta es la historia de Pesadilla antes de Navidad, protagonizada por Jack Skellington, rey del mundo de Halloween y que se encuentra al inicio de la cinta sumido en una profunda crisis existencial (dando lugar a otro hermoso tema musical, El lamento de Jack). No está solo, claro, por el mundo de Halloween pululan brujas, muñecas de trapo (la citada Sally de la portada), parodias del Doctor Frankestein (servidor Igor incluido), zombies, momias, vampiros, hombres lobo… En definitiva, todo un homenaje de Tim Burton (creador de la historia y productor, que no director, cayendo dicha labor sobre los hombros de Henry Selick) a las películas de Vincent Price y la Hammer. De hecho, la idea original era que Price pusiera la voz a Santa Claus, pero debido al fallecimiento de su mujer y al consecuente deterioro de su salud, tuvieron que reelegir a otro actor de doblaje para el papel (muy a pesar de Selick).

Tim Burton llegó a la idea de Pesadilla antes de Navidad al pasear un día por la calle, fijándose en un escaparate de una tienda de regalos: donde el día antes tenían colocado merchandising de Halloween, ahora lo estaban sustituyendo por el de Navidad y figuritas de Papá Noel. Esto dio qué pensar a Burton, puesto que ambas fiestas van muy seguidas en el calendario y resultan, a su vez, en toda una gama de contrastes. De ahí fue surgiendo en su cabeza una sencilla historia que plasmó en un poema de unas pocas páginas. Por él solo pululaban Jack, su perro-fantasma Zero y Santa Claus. Sin embargo, la idea rápidamente atrajo a Disney, que puso dinero para prolongarlo y hacerlo película (originalmente Burton pensó más en hacer una mini-serie animada). Debido a que contaba con poco tiempo, entre la finalización de Batman Vuelve y la pre-producción de Ed Wood, se eligió como director al mencionado Selick. En la actualidad se tiende a pensar en Pesadilla antes de Navidad como una obra más de Burton, lo cal molesta profundamente al cineasta, puesto que, si bien él puso la idea, los diseños y el dinero (y estuvo muy presente durante toda la producción), quien estuvo tras las cámaras no fue él, sino Selick, y sin él Pesadilla antes de Navidad tampoco hubiera llegado a ser lo que es hoy en día.

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La realización de la película se prolongó durante más de tres años. En el proceso Disney decidió que era demasiado oscura y «terrorífica» para su público infantil, por lo que la pasaron a su sub-productora, Touchstone Pictures. Se ve que con el paso de los años y la increíble acogida entre crítica y público que tuvo la cinta se arrepintieron, porque en la actualidad vuelve a figurar Disney como única productora de Pesadilla antes de Navidad (y, para lo más jugones, es de sobras conocida la presencia que tiene este mundo en las historias de Kingdom Hearts, desarrolladas por Square Enix y la propia Disney).

A la postre surgió una película única, con una carga poética notoria, con personajes carismáticos y algo más complejos para las típicas películas de animación de la época (antes de que llegara Pixar). Nos quejamos con Jack y su aburrida rutina, que no le supone ningún reto ni satisfacción. Nos conmovemos con Sally y su amor y apoyo en la distancia. Nos alegramos con la genuina simpatía de Zero. Y nos seguimos asqueando con Oogie Boogie cuando empieza a descoserse. Que por cierto, hablando de este personaje, una de las ideas que tuvieron los realizadores es que en realidad se tratara del Doctor Finklestein (creador de Sally) disfrazado debajo del saco. Dicha idea indignó tanto a Burton que pegó un puñetazo a la pared, agrietándola. Por lo que es fácil imaginar dos cosas: uno, que Oogie Boogie acabó siendo… pues Oogie Boogie; y dos, que Tim Burton es en realidad Hulk.

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Por no hablar de las mencionadas canciones, con las que comenzábamos este recordatorio-intentodehomenaje. Para variar, Burton volvió a contar aquí con la buena labor de Danny Elfman, quien considera su trabajo en Pesadilla antes de Navidad uno de los más sencillos de su carrera. No porque no se lo trabajara (El lamento de Jack o ¿Qué es?, por poner dos ejemplos, dan constancia de ello), sino porque se sintió tan rápidamente identificado con Jack y su mundo que las ideas y la música le surgían solas. De la identificación con el personaje surgió la idea de que fuese el propio Elfman quien pusiera su voz a Skellington durante las canciones (ya que su actor de doblaje, Chris Sarandon, advirtió que cantaba fatal).

En definitiva, creemos que Pesadilla antes de Navidad es una de esas películas que conviene ser revisionadas una vez cada cierto tiempo (yo por ejemplo la veo una vez al año, más o menos) y que además puede ser igualmente disfrutada por niños y adultos (si bien es cierto que puede atemorizar un poco a los peques que sean más sensibles o que no estén acostumbrados a animación algo menos «típica» y más «oscura»). Yo me atrevería a decir que es una de mis películas favoritas de todos los tiempos (de Burton, solo por detrás de Eduardo Manostijeras; y de Selick definitivamente la primera, aún por encima de Coraline). Y qué carajo, que puede ser disfrutada en cualquier fecha del año, pero especialmente en aquellas cuyo título menciona: Halloween y Navidad. Y es que si algo nos demuestra esta historia es el encanto escondido (o no tanto) detrás de estas dos fiestas, tan extrañas y tan contradictorias entre sí, pero a la postre tan llenas de magia. Como la que derrocha Pesadilla antes de Navidad.

Los mejores finales de la historia

Y del mundo. Según nuestra opinión, claro. Después de haber hecho lo propio con los peores finales, ahora les toca el turno a los mejores (que no hay que mirarlo todo con negatividad). ¿Cuáles son esos finales que han hecho que nos emocionemos, que lloremos o que nos alegráramos con los personajes? ¿Qué final te ha provocado un vacío existencial al comprender que tu obra favorita llegaba a su cierre? Veamos (atención, habrá SPOILERS de las series/mangas/videojuegos/pelíclas que comentemos).

Final Fantasy IX (2000)

Para muchos, de las mejores entregas de la saga de Square Enix (por aquel entonces Squaresoft) fue la última en salir para la PSOne. El videojuego, dirigido por Hiroyuki Ito y producido por Hironobu Sakaguchi (todavía se encontraba en la compañía) es, para éste último, todo lo que debe contener un auténtico Final Fantasy. Para nosotros, si bien es cierto que es uno de los mejores, destacará especialmente su final: emotivo, brillante y agridulce a partes iguales. Desde la redención de Kuja (uno de los mejores villanos) hasta la reaparición de Yitán, pasando por el destino de Vivi. No pudieron hallar mejor forma de ponerle punto final a la era de la PSOne.

 

Big Fish (2004)

Probablemente se trate de una de las películas de Tim Burton más pasadas por alto, pero lo cierto es que esta cinta protagonizada por Ewan McGregor, que mezcla tan bien la realidad con la ficción (realismo mágico), es toda una pequeña joya.

Will Bloom ha escuchado las historias que le contaba su padre, Edward, durante toda su vida. Pero al crecer, casarse y desarrollar su propia vida, empieza a cansarse de las mismas, pensando que se tratan de pura invención de un hombre cada vez más mayor y aburrido. Todo ello provoca que la relación entre ambos se enfríe y se vayan distanciando… cuando llegamos al final. Uno de los mejores que hemos visto. Imposible no llorar.

 

Cowboy Bebop (1998) / Zankyou No Terror (2014)

Hemos tenido que incluir los finales de ambas series, puesto que ambos son PERFECTOS (los animes también, pero eso ya lo dejamos claro aquí y aquí). También se podría resumir en que Shinichiro Watanabe (director de las dos) sabe cómo concluir sus obras; aunque sus finales suelen ser bastante desgarradores. Pero van acordes con el tono general y, sobre todo, con la psique de sus personajes, el punto más fuerte de Watanabe.

 

Toy Story 3 (2010)

Para aquellos que hemos crecido con la trilogía protagonizada por estos carismáticos juguetes (con Woody y Buzz a la cabeza), casi yendo a la par que Andy, el final nos ha impactado de forma bastante fuerte. Es una despedida de estos personajes de Pixar (aunque no tanto, que luego han seguido realizando más cortometrajes… y sí, hasta una futura Toy Story 4 que no tendría ni por qué existir), una última partida con los juguetes que nos han acompañado durante nuestra niñez, en definitiva, una despedida de la infancia. «So long, partner«.

 

(Casi) Cualquier película de Billy Wilder

Nos desviamos aquí un poco del mundillo de la animación, los videojuegos y las historias fantásticas y nos metemos de lleno en el CINE, así con mayúsculas. Porque si algo demostró Billy Wilder (1906-2002) es que sabía manejar el séptimo arte como nadie. No es solo ya el emblemático final de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), sino también aquél de otra grandísima cinta que es El Apartamento (The Apartment, 1960), donde Jack Lemmon interpreta a un anodino ejecutivo enamorado de una brillante Shirley MacLaine, la ascensorista de su empresa. Ambos personajes son, en definitiva, unos fracasados de la vida, unos buenos tipos de los cuales se aprovechan otros que no lo son tanto, unos personajes que, a su vez, se dejan arrastrar por las circunstancias. Hasta que ambos se dan cuenta y se revelan. Y se encuentran en ese final de esta tragicomedia que tiene mucho más de tragedia.

 

Dragon Ball (1984-1995, mención de honor)

Al final de la obra magna de Akira Toryama le pasa un poco como al de Toy Story 3… que es una conclusión, pero no del todo. Numerosas secuelas (oficiales o no) en forma de OVAs, películas, cómics, videojuegos y hasta una nueva serie (la ya famosa Dragon Ball Super) se han encargado de dejar un poco atrás ese final de Goku y Oob (reencarnación humana de Boo, el último gran villano al que tuvieron que hacer frente los Guerreros Z) sobrevolando la tierra y gritándole al mundo. El final, si bien emotivo (la banda sonora de Dragon Ball Z sigue dejando los vellos de punta), lo es aún más si seguías la serie cuando eras niño y madrugabas todas las mañanas para no perderte un nuevo capítulo de Dragon Ball. Prometo que me acuerdo perfectamente del cuasi vacío existencial que sentí cuando vi estas escenas por primera vez en el televisor, preguntándome qué sentido tendría mi despertar matinal después de aquello.

https://www.youtube.com/watch?v=fWjjfsDH81A

Esos clásicos inolvidables: Eduardo Manostijeras

Te encuentras un maletín con 1 millón de dólares, nadie te ha visto: ¿qué haces?

A- Te lo quedas para ti

B- Lo entregas y/o lo gastas en tus seres queridos

C- Lo das para los pobres

D- Se lo llevas a la policía

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Todos tenemos una película que nos ha marcado sobre el resto. Lo habitual es tener varias (si eres más o menos aficionado al cine, el número aumentará o disminuirá), pero en concreto hay una, LA película, que nos acompaña durante varias etapas de nuestra vida y que, a pesar del paso del tiempo y de los cambios habidos, no dejará de emocionarnos (casi) igual que la primera vez que la vimos. LA película. Pues bien, para mí, ese lugar lo ocupa Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, El joven manos de tijera). Vista por primera vez con cinco años de edad (grabada en una vieja cinta VHS), de alguna manera ya me fascinaba aquel joven con tijeras en vez de manos, extraño, amable y solitario que trataba de encajar entre los demás, una sociedad norteamericana anodina y superficial.

Tim Burton (Batman, Beetlejuice, Ed Wood) era un joven de 32 años cuando se estrenó Eduardo Manostijeras, allá por diciembre de 1990 (por cosas que pasaban antaño, en España no llegó a las carteleras hasta abril de 1991, y en otros países como Argentina hasta agosto del mismo año). El papel principal recayó en Johnny Depp, cuando todavía no era el actor fetiche de Burton; pero habían pensado con anterioridad en otras celebridades como Tom Cruise, Tom Hanks o Robert Downey Jr. Hay un rumor circulando por internet que habla de la posibilidad de que lo hubiera interpretado Michael Jackson, pero suponemos que es debido al (hipotético) parecido que guardaban el joven manos de tijera y el rey del pop. En cuanto a Kim, la hija adolescente de los Boggs, el papel fue para Winona Ryder (que ya había trabajado con Burton en Beetlejuice, o Bitelchús en España). El resto de reparto lo completaban nombres como los de Alan Arkin (Bill Boggs), Dianne Wiest (Peg Boggs), Robert Oliveri (Kevin Boggs), Anthony Michael Hall (Jim), Kathy Baker (Joyce Munroe) y, por supuesto, Vincent Price (El Inventor). El nombre de Price fue, de hecho, el que ya tenía Burton en mente desde antes incluso de que la película empezara a tomar forma. Y Eduardo Mnaostijeras fue la última película en la que actuó (con posterioridad participó en un documental y prestó su voz para otra cinta, falleciendo finalmente en 1993). Burton es un confeso admirador de Price y del tipo de cine en el que participaba (cintas de terror de bajo presupuesto), y lo cierto es que su fichaje es todo un acierto: el Inventor tiene ese toque de señor mayor entrañable, pero a la vez algo tétrico y distinguido. La escena de cuando le muestra las manos a Edward es, sin duda, una de mis favoritas (y lo es, curiosamente, desde que era niña).

Sin embargo, Eduardo Manostijeras perdería la mitad de su (inagotable) encanto si no tuviera la hermosa partitura de Danny Elfman, en su cuarta (y las que quedaban) colaboración con Burton. Temas como Ice Dance, Beautiful New World o Introduction (Titles) son de una belleza poética inenarrable y acompañan  a sus correspondientes escenas de forma prácticamente inmejorable.

Sobre el argumento, Eduardo Manostijeras es, ante todo, un cuento fantásticocostumbrista. Contiene elementos de relato gótico (de los del siglo XIX, no del XXI, háganme el favor) y, a la vez, una graciosa sátira de la sociedad estadounidense de finales del siglo XX. Los mismos escenarios así lo demuestran, siendo la vieja mansión donde vive Edward (solo) todo un compendio de elementos góticos y de modernismo vegetal (sí, como el que realizaba Gaudí), oscura y cochambrosa. En contraste, el residencial suburbano donde viven los Boggs y sus vecinos está inspirado en su totalidad en cualquier suburbio de los Estados Unidos, con sus casas unifamiliares (que cada una fuera de un color en la película fue una idea que se tuvo durante la realización de la misma, para que contrastase aún más con el monocromático gris de la mansión de Edward) y grandes jardines. Donde todos viven en aparente armonía, pero que en el fondo es esta una armonía forzada, superficial, donde los vecinos pueden llegar a resultar de lo más amable a lo más rastrero en cuestión de segundos. De hecho, y ese es otro de los encantos de la cinta que aquí nos ocupa, hay un elemento del residencial (casi) idílico de los Boggs que resalta sobre el resto, y con el que al menos alguna vez en nuestras vidas todos habremos tenido que convivir (e incluso lidiar): las marujas. Sí, esas señoras que aparentemente dedican su vida a… nada, más que a hablar del otro/a. También pueden recibir el nombre de chismosas o cotorras.

A su vez, en esta versión algo más oscura (en su fuero interno) del popular Springfield de Los Simpson, tenemos otros aspectos y lugares comunes que nos resultarán conocidos, a saber: la ultra-católica (un poco ida de la cabeza), el anciano que se las sabe todas (veterano de guerra, en este caso, como no podía ser de otra forma), la familia ricachona que procura mezclarse lo menos posible con el resto de la plebe, y los Boggs. Los, por otro lado, simpáticos Boggs, son la familia principal de la película, cuya madre (Peg) es quien encuentra fortuitamente a Edward y decide llevárselo consigo a casa y al residencial. Los Boggs son, a la vez, el arquetipo de la perfecta familia yanki: el padre que aparentemente pasa de todo y que invita a barbacoas, la madre anfitriona amable y comprensiva, la hija adolescente guapa y popular, y el hijo que juega con los otros chicos del barrio. Sin embargo, la cualidad que más sobresale entre los Boggs es su capacidad para no juzgar (quitando a Kim, pero solo al inicio de la película). Peg especialmente, y así lo ha dicho la propia Dianne Wiest, es un personaje que ante todo no juzga al que tiene al lado, y es precisamente esta cualidad la que provoca que inmediatamente simpatice con Edward y su situación y decida llevárselo a casa. Su marido Bill no cuestiona (al menos en pantalla) en ningún momento su decisión, ni tampoco lo hace su hijo (quien al inicio se encuentra más fascinado con Edward que otra cosa). No obstante, tenemos en el otro lado al resto del vecindario/sociedad, quien no para de juzgar (las mencionadas marujas) y que, en cuanto los sucesos no se dan como ellos esperaban, empiezan a cargar contra el vecino o, mejor dicho, contra el elemento diferente y nuevo del grupo: Edward.

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Que hablando de Edward, es, no podía ser de otro modo, el mejor elemento de la película. Una especie de monstruo de Frankestein moderno, un robot cortador de verduras que fue convertido en humano por el Inventor, el habitante original de la cochambrosa mansión de lo alto de la colina. Edward es, ante todo, apacible (y así reza unos de los eslógan de la cinta: «El hombre más benévolo del mundo») que, debido a no haber tenido contacto con la sociedad (salvo con la figura paternal del Inventor), se encuentra libre (también él) de prejuicios y de normas culturales o sociales. Es aquí, y en el contraste que se crea entre la figura de Edward y del resto de habitantes del suburbio, donde más se puede apreciar el origen sociológico del borrador de guión inicial de Caroline Thompson. El ser que está libre de influencias culturales y sociales, y el grupo que se encuentra totalmente imbuido de ellas. Por ello, a lo largo de la película observamos a varios agentes preguntándose si Edward acaso conoce la diferencia entre «el bien» y «el mal». Pero claro, nuestros conceptos del bien y de mal. Porque Edward se mueve principalmente por los principios de amor y fidelidad al prójimo (en este caso, la familia Boggs), pero es el resto de la sociedad (y la propia familia Boggs, con la excepción de Kim) la que acaba contemplando esto como una desviación y hasta una posible amenaza para «el bien común» (que, en el fondo, lo conforma un compendio de intereses personales). Y al final, nos acabamos preguntando «quién tiene la razón»: si el grupo social mayoritario o la figura solitaria de Edward.

Por otro lado, no podemos olvidar el componente romántico de Eduardo Manostijeras. Al final es asimismo una gran historia de amor. Aquí el punto fuerte se lo lleva Kim, quien da el giro radical (y a contracorriente del resto) de ver a Edward como una especie de freak o monstruo/pervertido (mientras que los demás lo contemplan como si fuera una celebridad) a un ser lleno de matices positivos, ingenuos y benignos (cuando el resto pasa a percibirlo como amenaza). Es la madurez del personaje, que se da cuenta de que hay elementos más allá de la superficialidad de salir con un chico guapo (y agresivo, ciertamente). Al final, uno se da cuenta de que Kim es la narradora de toda la historia, siendo ya una anciana, y terminando la misma con aquella famosa frase: «A veces aún bailo bajo la nieve».

Historias de amor que (nos) marcaron (para siempre)

En el día y mes del amor, no podemos dejar pasar un artículo dedicado a este tema tan universal y abarcado en todas las ramas del arte, desde la antigüedad hasta nuestros días: el amor (romántico, claro).

Así que me he puesto a pensar en las cinco (para hacer un recorte) romances que más me han impacatado, y así en general, he llegado a las siguientes conclusiones:

  • Me interesa más el amor platónico, lo espiritual, que el carnal y más obvio (es decir, la parte más emocional del amor).
  • Todas tienen un final triste.
  • Ergo, soy masoca.
  • He intentado que cada historia de amor provenga de un soporte diferente (videojuegos, literatura, anime, cine).
  • He decidido poner historias que ya estén «conclusas» (siempre que no decidan hacer más secuelas/remakes/loqueseaparasacarpasta (te miro a ti, Square Enix). Por eso he optado por no meter algunas como el YatoxHiyori (Noragami), o el ZerefxMavis (Fairy Tail). Por mucho que me puedan gustar, no se sabe aún qué va a pasar con ellas (aunque el ZerefxMavis ya sea oficial). También he tenido en cuenta el factor tiempo, y lo que estas historias trascienden en el mismo.
  • AVISO: Todas contienen SPOILERS de sus respectivas series, claro (así como los vídeos del final).

Pasemos, entonces, con la clasificación:

5- Heathcliff y Catherine Earnshaw

¿Quién no conoce a Heathcliff, el protagonista absoluto de Cumbres Borrascosas? La emblemática novela de Emily Brontë trata sobre cómo la pasión absoluta que este personaje siente por su hermanastra, Catherine, lo destruye a sí mismo y a todos los que le rodean. Heatcliff es adoptado de niño por el dueño de una finca (de ahí las Cumbres Borrascosas del título), quien lo cría junto a sus otros dos hijos, Hindley y Catherine. Como Heathcliff tiende a ser un niño solitario y taciturno, al principio no causa buena impresión en los niños. Pero con el paso del tiempo, acaba congeniando (y enamorándose) de Catherine. El señor Earnshaw fallece, lo sucede su hijo Hindley (que sigue sin soportar a Heathcliff, esforzándose por humillarlo). Catherine, a su vez, conoce a otro muchacho rico vecino, Edgar Linton, y acepta su propuesta de matrimonio (no obstante, Catherine admite aquí amar verdaderamente a Heathcliff, no pudiendo casarse con él debido a su diferente posición social). Heathcliff, oyéndolo todo, decide huir, lleno de odio y resentimiento, de Cumbres Borrascosas, regresando tres años más tarde convertido en un hombre rico, y decidido a vengarse. Con ello, destruye la vida de los Linton y de los Earnshaw, haciéndose propietario de Cumbres Borrascosas. Las cosas sólo empeoran con la muerte de Catherine, ya que Heathcliff taslada sus traumas a su descendencia. Finalmente, y pasados los años, se deja morir para poder estar eternamente junto a Catherine.

La historia de Heathcliff y Catherine ha llegado a ser increíblemente popular, con numerosas adaptaciones cinematográficas (con menor o mayor éxito). Sin embargo, representan ese amor destructivo, egoísta, pasional, muy propio del romanticismo del siglo XIX. Solo los hijos de Heathcliff (si bien Hareton no es su hijo biológico, él sí lo llega a visualizar como padre) y Catherine (también llamada Cathy) logran romper la barrera de odio que Heathcliff ha creado en torno a Cumbres Borrascosas.

Cathy-Heathcliff

4- Severus Snape y Lily Evans

Qué vamos a contar de ellos que no hayamos hecho ya (en dos entradas anteriores, por ejemplo). Snape y Lily ocupan este puesto, nuevamente, no por ser un ejemplo de amor modélico y relación sana, sino más bien lo contrario. El amor que Severus siente hacia la madre de Harry Potter no es correspondido, pero pudo haberlo sido si éste no hubiera tomado ciertas decisiones en su vida (como la propia Rowling confirma en cierta entrevista). Es este abanico de posibilidades, que nunca se dieron, lo que convierte esta historia de amor, y al personaje de Snape más particularmente, en toda una tragedia.

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3- Edward y Kim

Los protagonistas de Eduardo Manostijeras, la película que Tim Burton dirigiera (con Johnny Depp y Winona Ryder haciendo sendos papeles) en 1990. Siempre he sentido debilidad por la película, por Johnny, y por el personaje. Y siempre que veo su final (y cierta escena de baile), lloro. Quizás sea la banda sonora de Danny Elfman. El caso es que Edward, hombre-robot que vive solo en una torre derruida a las afueras del típico suburbio estadounidense (lleno de marujas y demás fauna), es encontrado de pura casualidad por una vendedora ambulante de cosméticos, quien no tiene mejor idea que llevárselo a su casa. Allí, Edward conoce a toda la mencionada fauna y a Kim, la hija de la vendedora, enamorándose de ella casi a primera vista. Con Edward hay un pequeño problema sin mucha importancia: está inacabado (su creador murió), y por lo tanto sus manos tienen forma de cortadoras de lechuga (de ahí las tijeras del título). Kim al principio tiene novio, el típico chuloplayas del insti, con peinado de Nick Carter, quien por supuesto no tolera la presencia de Edward (a no ser que pueda manipularlo a su antojo). Pero ay amiga, Kim acaba viendo la ternura y sensibilidad que derrocha Edward por todos sus costados, enamorándose también de él y mandando al novio a freír espárragos. La historia acaba mal, claro (ya lo avisábamos), ya que un ser como Edward no puede vivir entre tanta maruja, y se ve obligado a huir de vuelta a la torre, haciéndose pasar por muerto y quedándose allí (solo) para siempre. Pasan los años y Kim, ya anciana y con nietos, aún recuerda a Edward, y la historia que compartieron.

En este caso, lo llamativo es la sensibilidad del personaje de Edward y de la historia: es un hombre demasiado amable como para poder integrarse en la sociedad. No será olvidado: Kim lo recuerda cada vez que baila baja la nieve. Y Edward a su vez la recuerda a ella, esculpiéndola en hielo con sus manos de tijera.

edward kim

2- Jintan y Menma

El número 1 y 2 están complicados, así que opto por un empate técnico. Al fin y al cabo, las historias son similares.

Jintan y Menma (o Jinta Yadomi y Meiko Honma, respectivamente) son los protagonistas de Anohana, anime de 11 episodios (más una película) con el que no pararás de llorar. La historia (a medio camino entre Ghost y Cuenta conmigo) nos sitúa (en el Japón actual) en la vida de Jintan, un adolescente hikikomori (gente que vive autorecluida en Japón, ya que no pueden soportar la presión social), a quien un día de verano se le aparece el fantasma de Menma, una amiga de la infancia que murió hace años en un accidente. Menma, a pesar de su forma incorpórea, ha crecido (físicamente) y puede interactuar con el entorno, pero solamente Jintan puede verla y hablar con ella (de ahí que en principio él crea que se trata de una alucinación causa del estrés). Menma tiene una petición: está para que «todos» (los miembros del grupo cuando eran niños, que en la actualidad cada uno va por su lado) cumplan un deseo que tenía antes de morir… pero no recuerda cuál es. De ahí, la historia va progresando mientras Jintan va intentando averiguar cuál es el deseo de Menma, reuniendo de vuelta a todos los amigos en el proceso (y dejando de ser un hikikomori). Mientras tanto, va redescubriendo sus sentimientos hacia Menma, llegando a plantearse un debate interno: ¿debería cumplir el deseo de Menma, provocando así que ésta vuelva a marcharse, o estaría mejor que ella se quedara para siempre a su lado (aunque fuera en forma de fantasma)?

La historia de Jintan y Menma no solo resulta tierna (en especial por su vínculo de cuando eran niños), sino que además muestra lo que vendría a ser (en contraposición al HeathcliffxCatherine que comentamos anteriormente) amor de verdad y del bueno. Jintan tiene dudas, sí, son dudas egoístas, pero finalmente el bienestar de Menma y sus deseos están por delante de los suyos (aunque le duela). Tres cuartas partes de lo mismo sucede con Menma: ella quiere a Jintan (lo quiere «como para querer ser su esposa»), pero sabe que quedarse en forma fantasmal solo causaría daño y sufrimiento a ambos (Jintan nunca podría pasar página, y ella «viviría» sin poder interactuar con nadie más, salvo con él). Toda la serie es una muestra de ello: mientras Jintan piensa en Menma, sus miedos, alegrías y tristezas; Menma piensa en los de Jintan. Es por eso que no podemos dejar de llorar al final <3

jintan menma

1- Cloud y Aerith

Cloud y Aerith, o Cloud y Aeris, los protagonistas del Final Fantasy más popular (para bien o para mal): el Final Fantasy VII (además de participaciones varias en juegos como Kingdom Hearts, Final Fantasy Tactics, Itadaki Street o Final Fantasy Dissidia). Sí, somos conscientes de que el romance dentro de este jego puede ser optativo (y también nos gusta el CloudxTifa), pero es el CloudxAerith la historia de amor que más nos ha marcado, y es por la famosa muerte de la florista, y el trauma (bueno, el trauma que se suma a los múltiples traumas que ya tenía) que esto causa a Cloud, por lo que nos hemos decantado. Al fin y al cabo, el tema que se quería abarcar con Final Fantasy VII es el de la vida, y con la muerte de Aerith (y su trascendencia) este tema es cuando se vuelve esencial.

Por el principio, Aerith es la última de los Cetra (una raza que habitaba anteriormente en Gaia, que podían comunicarse con el planeta) y a la vez una florista que vive en los suburbios de Midgar. Un día conoce a Cloud, un ex soldado de Shinra que ahora trabaja como mercenario, y juntos terminan embarcándose en una aventura donde tendrán que hacer frente a la todopoderosa corporación y a Sephiroth. Hasta que éste último acaba hartándose de Cloud (a quien ya le tenía ojeriza por cierto episodio anterior) y decide matar a Aerith delante de sus narices. No por ello Aerith desaparece del mapa. Como buena Cetra que es, es capaz de controlar el flujo de la Corriente Vital (flujo de almas de los seres que una vez vivieron en el planeta) y además de invocar a Sagrado (la única magia capaz de detener al Meteorito invocado por Sephiroth para acabar con Gaia), siendo así ella la que finalmente salva al planeta (no obstante, su rostro es lo primero y último que vemos en el juego).

Su historia con Cloud emociona porque, como decíamos, trasciende la vida y la muerte. Podría decirse que es similar al JintanxMenma, o a Jack y Rose en Titanic, pero en esta ocasión el tema se aborda dando un paso más allá: Cloud cree, al final del juego, que puede reencontrarse con Aerith en la Tierra Prometida (lástima que nunca quede del todo claro qué es esto; aunque para Aerith es una muestra de la subjetividad de la Tierra Prometida misma: es el lugar de suprema felicidad para quien la encuentra). En Advent Children, secuela del juego (se sitúa dos años después), Cloud sigue deprimido por la muerte de Aerith, viviendo en solitario en la iglesia donde la conoció, pero esto esto no es lo relevante. Lo relevante es que, al final de Advent Children, Cloud vuelve a darse cuenta (¿otra vez?) de que la felicidad reside en poder vivir plenamente con los seres queridos… y que Aerith, no por estar muerta, va a dejar de acompañarlo. Ella está presente dentro de él, dentro de los recuerdos de los demás, está presente en la Corriente Vital y en la lluvia sanadora que invoca para curar a todos (incluido al propio Cloud) del Geostigma, está en la iglesia (donde siempre crecen flores) y está en Denzel (no obstante, Cloud cree que Aerith fue quien le mandó al niño).

cloud aerith