Westworld, las consecuencias de jugar a ser Dios

Cuenta la leyenda que en 1816, el año sin verano (un hecho premonitorio, tal vez), alentada en forma sutil por su esposo Percy, Lord Byron y su médico personal, el doctor John Polidori, en medio de un desafío para ver quién escribía el mejor cuento de terror, Mary Shelley, inconscientemente y sin ninguna explícita intención de hacerlo, escribió el boceto de Frankesnstein o el Moderno Prometeo.

Frankenstein es un libro que sigue vigente a día de hoy en sus muchas versiones, adaptaciones y en el mismo caso que hoy nos convoca, una inspiración como la que es Westworld.

Mucho antes de la saga de Parque Jurásico y sus adaptaciones al celuloide, Michael Crichton supo escribir y dirigir en el año 1973 la película Westworld (en España, Almas de metal). Esta fue una cinta que rompió paradigmas, no solamente desde su innovador argumento, sino también porque fue la primera en incorporar imágenes en dos dimensiones generadas por ordenador.

Las leyes de la robótica enumeradas en el cuento Circulo Vicioso publicado en 1942 por Isaac Asimov establecen lo siguiente:

  1. Un robot no hará daño a un ser humano, ni permitirá con su inacción que sufra daño.
  2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

Fue mi deseo evocar a estos dos libros y sus respectivos autores, ya que Westworld conjuga a la perfección ambas temáticas expuestas en los libros antedichos.

Siguiendo la costumbre de su hermano Christopher, Jonathan Nolan ideó junto a Lisa Joy la primera temporada de la serie como un prólogo o incluso como un posicionamiento de piezas antes de una partida de ajedrez, lo cual puede pensarse como una estrategia para dejar a la audiencia (en la cual humildemente me incluyo) para manejar en sabias y crueles dosis las ansias del espectador promedio.

Al igual que le premisa de Parque Jurásico, Michael Crichton establece en este argumento, de cuya base bebe bastante esta Westworld, que aquí también jugar a ser Dios tiene sus consecuencias. Todo comienza con un fallo sutil en el proceso habitual de trabajo hasta que los fallos se vuelven una constante que nada ni nadie puede hacer para solucionarlos.

La premisa de Westworld es la de un mundo ambientado en el Salvaje Oeste donde los humanos, llamados «invitados», pueden hacer lo que quieran con los robots, que tienen una inmaculada semejanza con ellos. El libertinaje y consecuente libre albedrío traen aparejados desmanes variopintos sin consecuencia ni pena alguna para los invitados. A pesar de que tras su muerte a los anfitriones se les borra la memoria y sus heridas son limpiadas, debido a un fallo gradual, estos comienzan a desarrollar una consciencia donde pueden recordar esbozos y retazos de las circunstancias donde perecieron. Este fallo plantea el inicio de que un silencioso desmadre se pergeña en las sombras de forma muy lenta.

El elenco de la serie consta de un reparto coral con la presencia de un Anthony Hopkins en piloto automático que aun así no deja de lucirse; Jeffrey Wright, quien en mi opinión en esta primera temporada está un poco desaprovechado; Evan Rachel Wood tiene una interpretación madura y que no desentona, pero es en la conclusión donde termina de florecer, al igual que su personaje. Nada malo puede, en mi opinión, decirse de Ed Harris, quien logra bordar su interpretación antagonista como «el hombre de negro»; mientras que Thandie Newton sorprende creando y armando la revolución de los figurantes de manera pasmosa, siendo la perfecta antiheroína.

Creo que Michael Crichton plantea tanto en Parque Jurásico como en este caso un espejismo o epifanía inalcanzable que puede ser una torre de Babel o una escalera al cielo perfectamente construidas, pero que justo al terminar algo siempre sale mal, dejando en claro que cuando el ser humano se excede en su pretensión de ser algo que no es, o controlar algo que está más allá de si mismo, los sueños y la imaginación pueden, lamentablemente, engañar de la forma más drástica y cruel.