Hablemos del final de Beef (Bronca)

Beef (Bronca) es la última serie sensación de Netflix, un ácido, acelerado y bastante alocado recorrido por el encuentro fortuito y posterior confrontación entre dos personajes que se parecen bastante más de lo que resulta a simple vista. Creada por Lee Sung-jin y centrada en personajes de ascendencia asiática y residentes en Estados Unidos, Beef es todo un viaje sobre cómo, al cruzarnos con determinadas personas, llegaremos (queramos o no) al interior de nuestros propios demonios.

La premisa es simple, muy al estilo Relatos Salvajes: un día saliendo del supermercado Danny (Steven Yeun) casi choca su automóvil con el de Amy (Ali Wong), dando inicio a una airada persecución con catastróficas y surrealistas consecuencias.

No vamos a hacer una crítica más de Beef, pues es fácil encontrarlas por la red y, sí, es altamente recomendable (además, sus diez episodios que apenas superan los 30 minutos cada uno se pasan volando). Pero sí abordaré ciertos aspectos llamativos de la serie, que se desarrollan en su catárquico final. Advertimos, por lo tanto, de que habrá SPOILERS.

La bronca como inicio de todo

En la era del auge de las redes sociales y de la psicología fácil (aunque es mejor esto que nada), nos encontramos frecuentemente con el típico mensaje: sonríele a la vida, para qué discutir. Esa (falsa) positividad; esa “búsqueda eterna de la felicidad que te vendo, pero que no tengo (¿quién la tiene?)”; ese “no hay que poner mala cara (como si pudiéramos controlarlo siempre);” y ese evitar encontronazos a toda costa (frente a los dramas eternos insurgentes a través de una pantalla) nos llevan a contener, las más de las veces, nuestras propias emociones hasta el punto de que éstas se acumulan, como un grano infeccioso de pus, hasta que estallan de la peor forma posible. Además, este mensaje es perfecto para que narcisistas, psicópatas y demás personajes manipulen a sus anchas.

Ese es el punto de partida de Beef. No es que haya que discutir todo el rato (tampoco es precisamente sano); pero sí aceptar que hacerlo, a veces, es inevitable. Cabrearse, también. Y que todos tenemos ciertos niveles de toxicidad (esa palabra tan sobreutilizada ahora).

Cuando Amy llega a su casa, tras otro largo y duro día de trabajo, es tratada como una extraña. Tiene derecho a sentirse, al menos, incómoda. Pero no se lo permiten, ni ella misma ni la alta sociedad que la rodea (tan pendiente de dar una buena imagen; por algo el vecino está obsesionado con dar con quienes estropearon su jardín). De pronto, aparece Danny (quien vive preocupado, como hijo primogénito de una familia de origen coreano, por mantener a sus allegados aún a costa de sus propias necesidades), y ambos pueden dar rienda suelta a todo ese enorme enojo acumulado. Total, son dos extraños.

Más tarde es cuando vamos aprendiendo más de los círculos de estos dos personajes, sus pasados y que, efectivamente, son más similares de lo que parece inicialmente (aunque los paralelismos ya pueden observarse en el primer episodio). Al final es cuando llegamos a ese momento de absoluta vulnerabilidad, después de que ambos hayan presenciado eventos traumáticos, se hayan estrellado (de nuevo, en otra acalorada persecución automovilística) por un acantilado y se hayan envenenado con lo que parece ser algún tipo de baya psicodélica. Es justo en este momento de colocón que los dos personajes se funden, metafóricamente, en uno solo, y ya no sabes quién es el que habla y quién el que escucha.

Beef (Bronca). A24 y Netflix.

En una serie tan brillantemente escrita nada está puesto al azar, ni tan siquiera los capítulos de cada episodio (que son citas). El del último, “Figuras de luz”, procede de Carl Jung:

“Uno no se ilumina al imaginar figuras de luz, sino al hacer consciente la oscuridad”

Las sabias palabras de Carl Jung sobre aceptar nuestra oscuridad y la de los demás – Cultura Inquieta

Esta es la columna vertebral de toda la serie y el enemigo mortal de esa autoayuda que vende felicidad, armonía y energía barata zen a raudales. Todos, incluso hasta el personaje más secundario, tenemos nuestros demonios; pero los ocultamos (algunos, como Naomi, incluso literalmente cuando se mete dentro del saco). Al final, ya sea por todo lo que han vivido, por los efectos del veneno o por la mera desesperación de sentirse solos y perdidos en el mundo (las personas más cercanas a los dos, George y Paul, han desaparecido de sus vidas), Amy y Danny dan de baja a su ego y se muestran tal como son.

En realidad, ambos siempre se habían mostrado así, parcialmente, el uno al otro. Cuando, al final del primer capítulo, Amy sale corriendo enfurecida detrás de Danny, él se ríe (una de las pocas veces que lo hace en toda la serie). Cuando él sale huyendo, ella lo mira fijamente y se sonríe, maliciosa, pero genuinamente. Están realmente enfadados, sí; y lo demuestran. Evidentemente, como hemos visto, el verdadero motivo de su enojo no deriva de una pequeña trifulca al volante. Y esto es precisamente lo que causa que uno se obsesione con el otro (en la segunda mitad de la serie, habiendo pegado un salto temporal, George le llega a preguntar a Amy si está obsesionada con Danny; ella no sabe qué responder).

Beef (Bronca). A24 y Netflix.

Y al final, el hogar

Amy cree así que lo que más quiere es su estabilidad conyugal y familiar: tiene (no sin un arduo trabajo) una empresa propia de éxito, se ha casado con un buen tipo (de acomodada familia japonesa, que son algo así como el top de la pirámide asiática desde la perspectiva orientalista occidental) y tienen una hija en una casa bonita y moderna con cocina atemporal (pero que puede que tenga humedades y hongos) dentro de un suburbio adinerado, con sus impolutos e intocables jardines. Ha cumplido con creces con lo que se supone que debería hacer. Y por eso trata de mantenerlo a toda costa, protegiendo su imagen proyectada ante los demás… Pero no es feliz, a pesar de todas las sonrisas forzadas y peinados al estilo occidental.

Amy procede de una familia de origen vietnamita y chino de clase media con la que apenas se comunica. Cuando piensa en el camino recorrido y se siente infeliz surge además la culpabilidad. E intenta compensarla siendo especialmente amable e intentando otro acercamiento con George. Todo este ciclo se repite una y otra vez, lo que acumula bronca. Al final, Danny le pregunta por qué está tan enfadada, y ella lo mismo a él.

Él no es muy distinto, como decíamos. Si bien procede de una familia surcoreana de origen más humilde, Danny vive con su hermano menor, al que se empeña en infantilizar, convirtiéndose así en el “hijo mayor” que debe ser y en la figura codependiente de la única persona que alguna vez le ha hecho algo de caso. Ya sea por mala suerte o por un cúmulo de malas decisiones, Danniel nunca llega a despegar del todo, hundiéndose cada vez más en el hoyo de la frustración y de las autoexigencias incumplidas. Sus padres le dicen vía videollamada en el primer capítulo que se busque una buena novia coreana y él se empeña en ensalzar todo lo proveniente de Corea (hasta una nevera de Daewoo).

Pero, en el fondo, busca pornografía con mujeres caucásicas occidentales (si bien se masturba contemplando el trasero de Amy, sin saberlo), y es en plena iglesia, rodeado por sus compatriotas, donde se echa a llorar. Se acerca constantemente al estafador narcisista de su primo, pero desconfía de él (y probablemente ni tan siquiera le cae bien). Danny es así un manojo de contradicciones derivadas de las citadas expectativas.

Beef (Bronca). A24 y Netflix.

Cuando ambos se encuentran, el uno en el otro, al final, toda esa ira y frustración acumulados son expresados de forma catárquica. Surge un entendimiento como no lo han hallado en todas sus vidas, creándose así un vínculo cuya naturaleza no es definida de forma exacta. Así es como describe la última escena Lee Sung-jin en una entrevista para Elle:

«Dejo abierto a la interpretación cómo la gente quiere ver ese momento; solo sabía que quería crear una atmósfera, y que esa atmósfera era algo que se sentía muy nostágico y familiar, como si estuvieras en el hogar en muchas formas.»

Durante esta misma escena suena «Mayonaise», la canción de Smashing Pumpkins (coronando una banda sonora llena de temazos de principios de la década de los 2000, reflejando esa rabia juvenil propia de los millennial) cuya letra dice, entre otros:

Lo intentaremos y aliviaremos el sufrimiento
Pero de algún modo sentiremos lo mismo
Bien, nadie sabe
Dónde van nuestros secretos
[…]
Suficientemente estúpido como para casi serlo
y lo suficientemente cool como para no parar de verlo
Lo suficientemente superficial como para sentirlo siempre
Siempre viejo, siempre lo sentiré
No más promesas, no más tristeza
Ya no seguiré más
¿Alguien puede oírme?
Solo quiero ser yo
Cuando pueda, lo seré
Intento entender
Que cuando pueda, lo seré

Beef habla así de traumas intergeneracionales, de rabia contenida, de egos que enmarañan los vínculos con los demás, de la empatía, del perdón (el de verdad, el que se pide con actos y no con palabras), de encuentros fortuitos que acaban siendo catárquicos, incluso de sentirse (casi) siempre un extraño en tu hogar (ya sea como inmigrante, como esposa, como hermano, como vástago). Todo ello con mucho humor y algo de drama. Al final, deja un atisbo de esperanza (nunca un leve movimiento de brazo había significado tanto).

Burning, thriller psicológico surcoreano basado en un relato de Murakami

Haruki Murakami es uno de los autores japoneses con mayor reconocimiento tanto dentro como fuera de su país, lo que ha generado que varias de sus historias hayan sido llevadas al cine. Es el caso que nos ocupa, la cinta surcoreana Burning (버닝), que adapta el relato Quemar graneros.

Y qué mejor para llevarla a la pantalla grande que un director como Lee Chang-dong, quien además de prodigarse en el cine lo ha hecho en ámbitos literarios e incluso en el terreno político, donde se desempeñó como ministro de cultura de Corea del Sur. Sin duda, otro autor con mucha personalidad que ha sabido impregnarla en esta adaptación bastante libre.

Burning nos presenta a Lee Jong-su (Yoo Ah-in), un joven quien un día se reencuentra con una amiga de la infancia (Jeon Jong-seo). Ambos intiman rápidamente, pero la muchacha tiende a desaparecer sin previo aviso, regresando un día de un viaje a África de la mano de un nuevo y misterioso novio, Ben (Steven Yeun, a quien por cierto podemos ver recientemente en Beef de Netflix).

Se forma así un curioso e intrigante triángulo que explora varios terrenos psicológicos y que se adentra en el thriller, llevando al protagonista a buscar respuestas de forma obsesiva, no siempre con éxito.

Burning refleja todos los patrones por los que son conocidos tantro Murakami como Chang-dong: personajes llevados a la desesperación, situaciones ambiguas entre la realidad y la ensoñación, la búsqueda de respuestas que no es posible encontrar (lo que lleva a cierta sensación opresiva).

Volvemos junto a los compañeros de El Sótano de Radio Belgrado para tratar esta película, otra de las grandes representaciones de este género en el que tan bien se mueve el cine de Corea del Sur. Disfruten (o no).