Hablemos del final de Dororo

Dororo ha terminado su última adaptación a anime, al cargo de estudios MAPPA, tras 24 episodios de emisión. Aunque su final dista de ser perfecto (la obra original, de Osamu Tezuka, prácticamente carecía de él), la verdad que nos ha dejado bastante satisfechos y, al contrario de lo que pueda parecer inicialmente, ha cerrado todos los frentes. Evidentemente, habrá SPOILERS de la serie.

Empecemos por la familia (biológica y adoptiva) de Hyakkimaru, ya que el destino que le ha deparado a su hermano menor Tahomaru es probablemente de lo más comentado.

Lo que hay que entender primero es que todos ellos han tenido un arco claro a lo largo de la serie, que en los casos de Jukai y Nui («las madres» de Hyakkimaru) han estado marcados por el sentimiento de culpa (Jukai por su anterior trabajo como verdugo, Nui por haber permitido que los demonios engulleran a su primogénito y luego se lo llevaran) y por la búsqueda de redención. Si bien Jukai cree haber encontrado su propósito al criar a Hyakkimaru y al haberlo salvado de una muerte segura, no lo tenía tan claro al comprobar que éste estaba perdiendo su humanidad y que era incluso capaz de matar (lo que él más detestaba) a otras personas. Es solo al final, cuando Hyakkimaru entiende lo vacuo de la venganza y su entrada en razón que Jukai lo tiene claro: le entrega su estatua de Buda y le pide como último favor que sea un buen tipo, algo que respalda silenciosamente Nui.

Es al comprobar ambos que al fin Hyakkimaru ha nacido que ellos pueden morir en paz. Es el ciclo de principio y fin y de vida y muerte. También hay que entender que en Japón (y especialmente antaño) la muerte no era entendida como lo hacemos en Occidente con su rupturismo y sentido de gran tragedia griega. Muchas veces piensan que es mejor morir que vivir con deshonra, o que su ciclo vital simplemente ha finalizado (por no hablar de las creencias en la reencarnación o en otras vidas).

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Esto nos lleva a Tahomaru, quien se ha dado cuenta, al igual que Hyakkimaru, que la venganza y constante batalla, las muertes de Hyogo y Mutsu, carecen de sentido. Todo es nimio en este mundo (Hyakkimaru vislumbra a Tahomaru con un hueco vacío a la altura del corazón) y Hyakkimaru no es el culpable de un castigo que no ha pedido y nunca mereció. Movido al final también por la culpa y por el sentido de compensación, Tahomaru se deja morir, ya que todas las tierras de Daigo han sido creadas sobre una injusticia y una gran mentira. En el momento en que Hyakkimaru gana un propósito, Tahomaru lo pierde.

Si bien no se ven las muertes de estos personajes de forma clara, dan a entender que fallecen y pensamos que al fin y al cabo, llegado el final del camino, era lo mejor para ellos (y sí, tanto Jukai como Nui querían morir, el primero no lo llevaba en secreto y la segunda ya se había intentado suicidar a mitad del anime).

En cuanto a Daigo, su escena final con Hyakkimaru ha sido para nosotros de las más satisfactorias. El personaje que más merecía morir no lo hace, vivirá sus días solo, abandonado, sin tierras y lleno de remordimientos. ¿Qué mejor para alguien como él? Su hijo además le da una lección: al contrario que él, que intentó matarlo haciendo un pacto con los demonios, será humano dejándolo vivir y consiguiendo las cosas con sus propias manos (lección del episodio 23 y que el propio Daigo parecía haber empezado a comprender entonces).

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Y al final… un arrozal

La segunda mitad del último capítulo nos lleva a los supervivientes del incendio en el castillo, esto es, el monje Biwamaru, Dororo y Hyakkimaru. 

El bonzo, que hace las veces de narrador tan al estilo «Biwa Hôshi» (琵琶法師), sirve asimismo de ventana del espectador. Sabe que Hyakkimaru buscará su camino y que Dororo ya ha hallado el suyo, por lo que no queda más que dejarlos y proseguir su recorrido. El entrañable personaje hace antes de irse una última revelación: él también era un samurái, aportando un poco de luz positiva a este grupo social y especialmente desde la perspectiva de Dororo, quien no los tenía precisamente en alta estima. La escala de grises de la que hace gala toda la serie se extiende hasta aquí.

En cuanto a Dororo, ya ha averiguado qué quiere hacer con el tesoro de sus padres: ayudará a los campesinos y a recuperar las maltrechas tierras de Daigo, ya libres del yugo de un señor feudal, dando así inicio a una etapa de libertad y más autogestión para el campesinado.

Este objetivo de Dororo no casa con el que asimismo ha hallado Hyakkimaru, que es recorrer mundo (al fin ha recuperado todos sus sentidos, ¡qué menos!) y conocerse a sí mismo. Al contrario que las quejas, a nosotros nos ha parecido acertadísima la decisión de separar a Hyakkimaru y Dororo. No solo porque es casi el final en prácticamente todas sus adaptaciones (y en el original), sino porque Hyakkimaru, que ha vivido siempre en una burbuja y que había empezado a relacionarse y ver el mundo como lo haría un niño (no estamos hablando de sus capacidades cognitivas, que son muy normales), estaba desarrollando un vínculo de excesiva dependencia con Dororo. Al tomar ambos caminos separados, con la intención de lograr sendos objetivos, queda pautado que es posible que vivan el uno sin el otro (aunque al final vuelvan a encontrarse, cosa que saben) y que además se respetan y se ven como iguales. Y que ambos necesitan crecer.

Dororo. Estudios MAPPA y Tezuka Productions.

Antes de irse, Hyakkimaru se acuerda de las semillas de arroz que pertenecían a Mio, personaje que dejó una profunda huella en su camino. Tal como quería la muchacha, el joven las planta con el objetivo de crear allí un arrozal. Esto confirma que la intención de Hyakkimaru, a pesar de su partida, es la de regresar, pues evidentemente no va a estar cuidando de un arrozal mientras lleva una vida nómada.

Por eso, y a pesar de que pueda prestarse a confusión, es Hyakkimaru el que planta las semillas, pero Dororo (previsiblemente) quien las cuida. Este arroz, planta y base alimenticia característica por excelencia de Japón (y a cuyo alrededor giran teorías sobre el nacimiento del pensamiento colectivo y bases de la japonesidad), simboliza asimismo la madurez de Hyakkimaru y Dororo. Semillas plantadas, se reencuentran cuando ya han crecido en una última escena de lo más emotiva.

Esta última escena no nos habla solo del reencuentro entre Hyakkimaru y Dororo, ya crecidos como el arrozal que se vislumbra de fondo, sino que además sucede en un puente (final del camino, unión entre dos mundos) y es Dororo quien corre hacia Hyakkimaru, quien la espera sonriente. Quizás una de las mayores pegas de este final, aparte de que sucede todo demasiado rápido y a trompicones (hay mensajes que aborda la serie que quedan un poco en el aire, como el que Hyakkimaru quisiese al final más su cuerpo para ayudar a otros que para sí mismo), es que vemos MUY poco de este reencuentro, lo que nos hace imaginar cómo será la vida y relación de Dororo y Hyakkimaru a partir de ahora.

Todo nos hace pensar que por supuesto llevarán una existencia pacífica y tranquila (dentro de las posibilidades del Japón feudal), primero porque se lo han ganado y segundo por las señales que envían el arrozal abundante (el sueño de Mio) y la liberación del campesinado gracias al dinero de Dororo (quien además es rica). Lo demás, queda a la imaginación del espectador.

P.D.: El manga original no tiene un final más cerrado y avanzado que este, más bien al contrario. En él, Hyakkimaru se separa de Dororo para recuperar el resto de su cuerpo y no se vuelve a saber de él. En este aspecto, debemos agradecerle a MAPPA una conclusión mucho más satisfactoria para una adaptación que por lo general supera a su predecesor.