Hablemos del final de Bubble (バブル)

Bubble (バブル) es el último largometraje de Wit Studio, estrenado recientemente en Netflix, que adapta de forma muy libre el cuento La sirenita de Hans Christian Andersen, mezclado con altas dosis de parkour futurista, en una Tokio devastada al verse envuelta por una serie de burbujas que alteran la gravedad.

A pesar de las portentosas banda sonora y animación, Bubble peca de quedarse corta en su contexto, pues no queda del todo claro qué son estas burbujas ni de dónde vienen… A la espera de que novela o manga aporten algo más al respecto, vamos a intentar organizar la información disponible aquí, para comprender mejor el final del largometraje dirigido por Tetsurô Araki. Avisamos de que habrá SPOILERS de Bubble.

La sirenita

Los paralelismos con la obra de Hans Christian Andersen son los que más saltan a a vista (por si fuera poco, Uta reproduce varios de sus fragmentos a lo largo de la cinta). Pero no la versión de Disney con (inventado y demasiado dulce) final feliz, sino la original. En ésta, la sirena se convertía en niebla como castigo.

Sin embargo, como la protagonista se había visto incapaz a asesinar al príncipe, de quien había caído enamorada (y que se había casado con otra); a pesar de que hacerlo la hubiese salvado de dicho castigo (sus hermanas son quienes le ofrecen esta alternativa), se la perdona a cambio de pasar 300 años realizando buenas acciones para la humanidad, tras lo cual, podrá ir al Cielo.

Al igual que la de Christian Andersen, Uta se sacrifica por amor a Hibiki, pues sabe que si lo toca su forma humana desaparecerá; pero aún así lo hace para poder salvarle hasta en tres ocasiones (al principio cuando lo rescata del tren sumergido, cuando se lanza a por el/la líder de Undertaker en la carrera y al final, cuando Hibiki se va hundiendo con ella en el agua). Es incluso más doloroso porque, aquí sí, el amor de ella es correspondido.

Bubble. WIT Studio y Netflix.

Aquí no se es tan cruel; pero Uta acaba igualmente convertida en burbujas. Que es básicamente lo que es. Vuelve a su hogar.

No desaparece del todo, pues seguimos viéndola (y escuchándola, al igual que Hibiki) de esta forma en la escena final. Ignoramos si habrá secuela del largometraje (tampoco es que haga falta), o si novela/manga oficiales aportarán más información al respecto, pero Uta queda así, como burbuja, siempre cerca de Hibiki. Sus palabras finales y la canción que cierra la historia, cantada por Riria (quien pone voz a Uta), no deja lugar a dudas, pues no dice «adiós» sino «hasta luego«:

じゃあね、またね es el japonés de «Luego nos vemos«. Mientras suena, durante los créditos, vemos a Uta con su forma humana entre escenarios del verdadero Tokio. De forma similar, la figura de Aeris aparecía en medio de un campo real de flores, rodado en Hawái, durante los créditos de Final Fantasy VII: Advent Children (esta secuencia fue luego omitida para la versión extendida).

La letra de じゃあね、またね habla también de la llegada del día en el que no pueda decir «nos vemos«, será el día en que finalice su amor. Uta canta luego sobre querer hacer cosas típicas de cualquier pareja (salir los sábados, llamadas rutinarias, ir al cine, comprar ropa nueva, etc.). Por lo tanto, la tragedia no es tanto que ella muere (no lo hace), sino que ella e Hibiki pertenecen a especies distintas y no pueden estar juntos «al uso».

Ningyô no es lo mismo que sirena

Porque, ¿a qué especie pertenece Uta? La película, por sí sola, no termina de aclararlo, pero da a entender que las burbujas vienen del espacio o incluso que pertenecen a otra dimensión (se habla asimismo de fantasmas en algún momento de la cinta).

En realidad, no es la primera vez que el anime (e incluso la animación china, caso de Big Fish and Begonia) nos muestra esta unión entre el cielo/espacio y el agua/mar. Tenki no Ko de Makoto Shinkai aborda asimismo algo similar, dejándolo también en algo bastante ambiguo y simbólico.

El concepto de sirena, tal como lo entiende el folclore japonés, no es tampoco exactamente el mismo que el nuestro. Conformada la palabra ningyo por los kanji de persona y pescado (人魚), no puede ser más específica. Sin embargo, este yôkai (algo más cercano al concepto de «fantasma») está lejos de poseer la forma de una bella joven, sino que es más bien un pez con cabeza humanoide.

Uta es simplemente una burbuja que adopta la forma de un joven que parece ser una idol que ve en un póster pegado en el tren donde está ahogándose Hibiki. Que adopte la forma de esa chica es así puramente fortuito. No tiene forma humana y no es una sirena como la Ariel de Disney.

Por el mismo motivo, las «hermanas» de Uta, que al final serían algo así como la villana, pueden adoptar también cualquier forma, que es lo que ocurre en esa especie de confrontación que tiene con Uta cerca de la conclusión. Conviene aclarar que, al contrario que la bruja de La sirenita, estas hermanas no quieren matar a Uta, sino que vuelva con ellas (con el «todo» del que hablaremos a continuación). Por eso, Uta no muere, regresa. 

Bubble. WIT Studio y Netflix.

¿Qué pasa con Hibiki?

Entonces, ¿qué ocurre con el otro protagonista de Bubble, Hibiki? Siendo el equivalente al príncipe de La sirenita, en realidad Hibiki es representado como un joven con algún tipo de neurodivergencia como es la hiperacusia o hipersensibilidad auditiva. Según la web de Gaes:

«No se trata de que escuchen más que los demás, sino de que su umbral de tolerancia al sonido está en un parámetro inusual, de manera que los ruidos de la vida cotidiana pueden resultar extremadamente molestos y, según los casos, hasta inaguantables. […] Además de esas molestias, los problemas de atención y concentración, la excesiva irritabilidad o la voluntad de aislamiento, pueden ser al mismo tiempo consecuencias de que este trastorno, pero también las alarmas que nos llamen la atención.»

Hibiki claramente muestra todos estos síntomas en la primera mitad de la cinta. No somos muy amigos del concepto «el amor lo cura todo» (mucho menos una enfermedad), pero se puede interpretar en Bubble que la conexión con Uta, aún cuando ésta es burbuja, nace de esta incapacidad de comunicación por parte de ambos (máxime en un país como Japón, donde ser miembro de la sociedad es casi tan necesario como respirar).

Bubble. WIT Studio y Netflix.

Una vez Uta toma forma humana, tampoco es capaz de comunicarse con lenguaje humano (pues no es humana), asemejándose más a un gato, ya que es el animal con el que casi choca poco antes de su transformación.

El paralelismo con La sirenita viene de que la canción que canta Uta, aún siendo burbuja, es el sonido que resulta más afable y tranquilizador para Hibiki, generándose en éste una especie de obsesión por hallar su procedencia.

Uta sigue evolucionando así en su vínculo con el protagonista debido, justamente, a que no es humana y que, como él, no forma parte de esa sociedad. Dos aislados, vaya, al igual que ese Tokio envuelto por una enorme burbuja (que desaparece hacia el final, cuando los protagonistas ya han aprendido a comunicarse, al menos entre ellos). Ambos van creciendo juntos para llegar a formar al menos una simbiosis, algo de utilidad en el grupo. Hibiki aprende a través de Uta (en esas pedazo de escenas que son la carrera contra Undertaker, al igual que ambos usando el parkour como baile) que cooperando se pueden llegar a mejores resultados. Este mensaje es muy propio del imaginario colectivo nipón, claro.

Por otro lado, Uta y Hibiki no son los únicos personajes que muestran algún tipo de diversidad funcional o neurodivergencia en la película. El/la líder de Undertaker se comunica mediante una voz artificial, no sabemos si por algún problema en el habla o por no ser/saber japonés; y Shin tiene una prótesis por pierna. Lamentablemente, ambos casos están infradesarrollados.

Un ciclo que se repite constantemente

Aparte de varios fragmentos de La sirenita, hay un discurso que se repite en más de una ocasión a lo largo de Bubble:

«Un ciclo que se repite constantemente […] Los átomos de nuestros cuerpos se juntan, se vuelven estrellas, arden, se comprimen y se liberan. De nuevo, crean espirales, se unen y se separan. Algún día, cuando se extinga la vida en la Tierra, volveremos a ser parte de una gran espiral».

Nuestro desconocimiento en astrofísica es amplio (tampoco creo que los animadores y guionistas de Bubble sepan mucho al respecto); pero ciertamente este tipo de discurso me recordó al de otras obras de ficción como Tengen Toppa Gurren-Lagann (sobre todo por lo de la espiral) o, más recientemente, Misa de medianoche. Cerca del final de ésta última, uno de los personajes tiene la siguiente reflexión sobre la muerte:

«El cuerpo se detiene, una célula a la vez, pero el cerebro mantiene activas las neuronas […] Estoy muy ocupada en este momento, recordando… Recuerdo que cada átomo en el cuerpo fue forjado en una estrella, que esta materia, este cuerpo, es mayormente espacio vacío al final, y la materia sólida solo es energía vibrando muy lento y no existe el «yo». Nunca existió. Los electrones de este cuerpo se mezclan y bailan con los electrones del suelo que está debajo de mí, del aire que ya no estoy respirando. Y luego recuerdo que no hay un punto en que eso termine y esto comience. Y recuerdo que soy energía […] Voy de regreso, regreso a casa. Es como una gota de agua que cae de regreso al océano, del cual siempre fue parte. Todo es una parte. Todos somos una parte […] Eso es a lo que nos referimos al decir ¨dios¨, el ser, el cosmos y sus sueños infinitos. Somos el cosmos que sueña consigo mismo […]».

Como Bubble dura algo menos de dos horas y no siete episodios de más de 40 minutos como Misa de medianoche (altamente recomendable, por cierto), es fácil perderse este tipo de cuestiones y quedarse embobado con las escenas de parkour. Pero lo cierto es que el mensaje en este aspecto está bastante claro y además va muy acorde con la idiosincrasia japonesa: Uta es una burbuja, una gota de ese océano al que debe volver; al igual que Hibiki forma parte de una sociedad con la que debe cooperar. Ambos conforman parte del mundo y, en algún momento, volverán a encontrarse. No como dos adolescentes enamorados, sino como parte de un todo.

Evidentemente, no hay que tomar esto de forma literal. Bubble no es un documental ni busca ser un anime de corte realista como pudieran serlo, por ejemplo, algunos títulos de Satoshi Kon (quien usaba el simbolismo y realismo mágico de forma magistral). Es un cuento (inspirado en otro cuento) y, como tal, se presta a otro tipo de interpretaciones más fantásticas (¿Quién dice que Uta no puede volver a adoptar forma humana nuevamente?). Aunque, sin duda, así se perdería parte de ese deje melancólico y triste que desprende la película y que es, en nuestra opinión, uno de sus puntos fuertes.

Bubble. WIT Studio y Netflix.

Bubble (2022), Ponyo ha madurado (y luce espectacular)

Hoy se ha estrenado en Netflix a nivel mundial la última película de anime de Wit Studio, cargada de nombres pesados de la industria como el guionista Gen Urobuchi, el director Tetsurô Araki o el dibujante y diseñador Takeshi Obata; Bubble (バブル) es una reinvención de La Sirenita (la de Hans Christian Andersen, no la versión de la adolescente atolondrada de Disney), una Ponyo ya madura, que luce más espectacular que nunca.

La historia nos sitúa en un Tokio distópico, sobre el que ha caído una misteriosa explosión de burbujas que lo ha dejado aislado del mundo exterior y abandonado. Allí han quedado una serie de grupos de jóvenes marginales que sobreviven mediante torneos de parkour, en los que apuestan víveres y artículos de primera necesidad. Uno de ellos, Hibiki (voz en japonés de Jun Shison) cae un día en el centro de la explosión de burbujas y, a punto de morir, es rescatado por una muchacha con aspecto casi de sirena, a la que bautizará como Uta (Riria).

No pretendemos contar más para evitar spoilers, pero a partir de aquí lo que va sucediendo es básicamente eso: una reinvención de La Sirenita con parkour. No hay mucha intriga ni sorpresas, pero tampoco es que hagan falta. Que es como si uno se frustrara solo porque la base de Kimi no Na wa fuese la misma que la de La casa del lago. Que todo está inventado, vaya. Dejaos llevar.

Bubble. WIT Studio y Netflix.

Y así es como más se puede disfrutar Bubble, un constante orgasmo visual y auditivo (la banda sonora es de Hiroyuki Sawano y cuenta con temas de Eve y Riria, ni más ni menos) que te deja al final hecho un manojo de emociones. Para mí, no hace falta pedir más.

Eso sí, quizás se eche en falta algo más de profundidad del universo que refleja Bubble. De dónde salen esas burbujas, que parecen mezcla de la mala de La Sirenita con las hermanas de Ponyo y cierto concepto de espiral sacado de Tengen Toppa Gurren-Lagann. También por qué en alguno de los grupos de parkour parecen androides y a dónde fue ese amago de crítica a la obsesión por la exposición constante en las redes sociales.

Más allá de esto, este largometraje de Wit, donde saca a relucir todo su armamento tras los éxitos que ya fueron los anime de Attack On Titan u Ôsama Ranking, es francamente disfrutable. Algo más de dos horas que pasan rápido y que llevan sobre sus espaldas los dos protagonistas del romance casi en su totalidad. Por suerte, la química entre ellos también es buena (no así la de la ¿tutora? del grupo de parkour, que parece pecar de cierta pedofilia tirándole ocasionalmente los trastos al adolescente Hibiki…).

Bubble. WIT Studio y Netflix.

Respecto al desarrollo de estos dos personajes (los únicos realmente notorios en la cinta), fluyen bastante bien, lo suficiente como para poder sufrir al final con ellos. Especial mención a la base neurodivergente que le dan en esta ocasión al protagonista, saliéndose así un poco del explotadísimo tropo del joven huraño y asocial.

Las escenas de acción son, claro está, las que lucen mayor espectacularidad, mezclando in crescendo una animación a medio camino entre 2D y 3D con los temas de Sawano. Pero los momentos más pausados tampoco se quedan muy atrás, como es el caso de Hibiki y Uta relajándose y conociéndose en el oculto tejado de un edificio en ruinas.

Si hubiese que ponerle un «pero» a la portentosa animación sería, por decir algo, que en unas pocas ocasiones se nota cierto uso de CGI, especialmente en algún objeto o escenario. Por lo demás, es todo lo fluida que podría ser en unos torneos de parkour.

En definitiva, Bubble no inventa nada; es más, recae en ciertas tendencias que parecen estar últimamente de moda en el cine anime: Tokio distópico, desastres ambientales, romance adolescente que genera congoja. Pero tampoco son aspectos que hubiese creado Makoto Shinkai. Lo mejor que hace el largometraje de Wit Studio es que todo esto lo hace de forma más que correcta y, sobre todo, especialmente entretenida y bonita (hay primeros planos que son para enmarcar). Es para verla, aunque solo sea para que ojos (y oídos) lo agradezcan.