Made in Abyss, cuando la fantasía te emociona (y te destroza)

Made in Abyss (メイドインアビス) fue uno de los animes de la temporada del pasado verano, puede que el más llamativo de ellos. Tras haber visionado sus trece capítulos en menos de una semana, entendemos el porqué.

Made in Abyss es un manga aún en desarrollo por Akihito Tsukushi, publicado en Web Comic Gamma, cuya adaptación al anime corrió a cargo de la productora Kinema Citrus, resultando en una obra de enorme calidad técnica y narrativa.

La historia de partida de este producto puede parecer simple y muy de shônen (manga para adolescentes), pero que esto y su estética «kawaii» (mona, tierna) no os engañen: Made in Abyss es un seinen (manga para adultos), ya que tras los episodios iniciales comprobaréis como todos los personajes son puestos constantemente a prueba… y sufrirán mucho, muchísimo, en el camino.

La narrativa comienza en la ciudad de Orth, construida alrededor de un misterioso abismo descubierto hace casi 2.000 años y cuya entrada tiene un kilómetro de diámetro. Nadie sabe aún qué hay en el fondo, pero no son pocos los aventureros y excavadores que se sumergen en él, muchos de ellos pereciendo o perdiéndose en el intento debido, fundamentalmente, a las constantes criaturas salvajes y a «la maldición del abismo», la cual puede llegar a dejarte hecho un huevo frito con ojos si asciendes unos pocos metros a partir del cuarto estrato por el campo de fuerza. En Orth hay un orfanato del gremio de excavadores en donde habita Riko, una niña de 12 años y silbato rojo (las habilidades de los «Cave Raiders» se miden por los colores de estos artefactos que llevan siempre al cuello) que un día, haciendo unas pruebas, encuentra un misterioso ¿robot? amnésico, al que bautiza como Reg. Pronto, varios acontecimientos impulsarán a Riko y Reg a adentrarse en las profundidades del abismo, donde se toparán con más misterios y muchísimos peligros, a la par que con diversos personajes, a cada cual más interesante (Ozen y Nanachi se llevan la palma).

Como adelantábamos, el punto de partida y los personajes, tan bonitos y de mundo de fantasía ellos, nos introducen enseguida en una historia que, a medida que avanza, se va volviendo más oscura y perturbadora. No nos referimos a las bromas sobre el pene de Reg (los chistes con inuendo sexual en prepúberes y adolescentes también estaban presentes en las primeras etapas de Dragon Ball, por ejemplo), sino al SUFRIMIENTO al que se ven sometidos los niños, tanto físico como emocional, un contraste que torna aún más efectivo su impacto en el lector/espectador, de manera similar a lo que uno siente cuando ve La tumba de las luciérnagas, de Isao Takahata.

De este modo, la serie va claramente de menos a más, empezando con un tono más pausado y tranquilo, para que te sientas uno más de Orth y empatices con Riko, Reg y sus motivaciones, y se vuelve más frenético a partir del encuentro con Ozen en el tercer estrato. Es cuando uno sabe que las cosas ya sí se ponen serias (además la silbato blanco lo advierte de forma clara), culminando en una conclusión (en el anime) con Nanachi y Mitty que te parte el kokoro en pedacitos, así sin más.

Por eso, uno de los grandes aciertos de Made in Abyss es su ambientación y sus personajes, es fácil verte sumergido con ellos en el abismo. Sí, Riko puede llegar a resultar molesta en algunas ocasiones, pero ahí viene otra de las virtudes: los protagonistas son preadolescentes (o parecen serlo en el caso de Reg y Nanachi) y, por lo tanto, sus acciones siempre parecerán más naturales y justificadas que las que pudiera tomar, por ejemplo, alguien que roza la veintena.

Por otro lado, como adelantábamos, el que sean niños crea un contraste aún mayor con la temática, cada vez más oscura y madura; y también con los otros personajes, esta vez adultos, que se van encontrando. Aquí es donde entran los silbatos blancos, los de mayor rango en experiencia y habilidades, cuya estabilidad mental no parece ser de las más férreas y cuya ambigüedad moral es cuanto menos perceptible. El impacto también es mayor al ser introducidos desde la perspectiva de los infantes, que suelen idealizar a este tipo de figuras.

En este punto, Made in Abyss guarda bastantes similitudes con los cuentos de antaño, los de Hans Christian Andersen, Perrault, Lewis Carroll o los hermanos Grimm (no, sus versiones edulcoradas de Disney no). Los jóvenes de aquellas historias solían pasar por adversidades que hoy en día consideraríamos traumáticas y los finales no siempre eran felices (echad un vistazo por los originales de La Sirenita o Pinocho). El éxito de estas historias y cómo han perdurado hasta nuestros días (Disney aparte) yace precisamente en su éxito a la hora de atraer a jóvenes y adultos, y ver qué punto de sordidez pueden alcanzar sus relatos, para que al final los protagonistas lleguen a su merecida recompensa (o no).

El otro aspecto en el que destaca Made in Abyss es en todo su apartado técnico. La animación de los personajes y paisajes es preciosa y fluida, sin que se perciba ningún altibajo en sus trece episodios. Masayuki Kojima, quien dirigió Monster, es el encargado también de este anime y del guión de algunos capítulos, mientras que detrás de la banda sonora se encuentra el joven australiano Kevin Penkin. La música supone asimismo uno de los enormes componentes de esta obra, que ayuda a sumergirnos en su atmósfera y en los rincones del abismo y de Orth.

En definitiva, nos quedamos sin adjetivos para definir a Made in Abyss y la impresión que ha dejado en nosotros (todavía estamos digiriendo su increíble episodio 13, de casi una hora de duración). Podríamos escribir párrafos enteros sobre Nanachi y Mitty, de los antihéroes, del periplo del héroe sobre los hombros de unos niños o de la simbología habida tras el abismo y su metafísica. La obra creada por Akihito Tsukushi aún está en pleno recorrido y parece que ha venido para quedarse. Esperamos con ansias una segunda temporada (mientras tanto, ya le vamos pensando un Japoneando Anime e iremos disfrutando de la versión en español del manga que lanzará Ivrea en mayo).