Ni no Kuni, mero entretenimiento con una excelente partitura de Joe Hisaishi

El 16 de enero se ha estrenado en Netflix la película de Ni no Kuni, serie de vieojuegos JRPG (Japanese Rol-Playing Game) desarrollado por Level-5 con colaboración de Studio Ghibli, lo que se nota especialmente en su estilo de dibujo y diseños de mundos que mezclan lo real con lo fantástico. Tras el excelente La ira de la Bruja Blanca, llegó en 2018 El renacer de un reino, cosechando asimismo buenos resultados de crítica y público. Por ello, rápidamente se anunció el lanzamiento de un largometraje que narraría una historia distinta a las de las dos entregas para consolas (que a su vez son independientes entre sí).

Para ello han contado con la dirección del veterano (colaborador de Ghibli) Yoshiyuki Momose y, de nuevo, con la partitura del siempre espectacular (y habitual de Hayao Miyazaki) Joe Hisaishi. De hecho, la banda sonora es, fácilmente, lo mejor de toda la cinta, añadiendo magia e introspección a un producto que, en líneas generales, nos ha resultado bastante superficial.

La historia, escrita por Akihiro Hino, cuenta cómo dos amigos que viven en Tokio, Yuu y Haru, se ven trasladados a un mundo fantástico después de que un misterioso muchacho hiriese gravemente a una compañera de ambos, Kotona. Una vez allí intentan encontrar a la chica, lo que les lleva al palacio, ya que la princesa de dicha dimensión, Astrid, guarda un parecido sorprendente con Kotona y está además herida de muerte. Yuu y Haru intentan salvar a la joven con la esperanza de recuperar a su amiga, lo que les llevará a una serie de encuentros y desencuentros entre nuestro mundo y el otro.

Ni no Kuni. OLM Inc.

La trama, evidentemente, entra dentro del género conocido como isekai (joven japonés, normalmente estudiante y muy mundano, se ve absorbido a un mundo de fantasía), lo que, personalmente, ya no augura algo bueno (me cuesta empatizar con jóvenes que se ven trasladados a otras dimensiones y aparentemente no les preocupa casi nada, así como todos los clichés tan previsibles que suele guardar el género). Efectivamente, la película de Ni no Kuni cumple con varios de estos clichés y es bastante (o muy) previsible. Desde luego, bastante más que los videojuegos.

Esto hace que la historia, de por sí nada ambiciosa, caiga en saco roto. Lamentablemente, salvo quizás Yuu, es difícil empatizar con los personajes (la mitad de las decisiones que toma Haru son cuanto menos cuestionables y son varias las veces en las que nos preguntábamos como es que se hace llamar amigo de Yuu). La princesa cumple a la perfección su papel y Kotona termina por diluirse en el argumento sin aportar nada más que ser un motor o interés amoroso (al menos inicial) para los dos adolescentes. El villano se ve venir casi desde su primera escena.

Los personajes, una de las características más laureadas del cine Ghibli, resultan así superficiales y poco profundos psicológicamente hablando. Si acaso podemos llegar a comprender algunos de los dilemas de Yuu, pero éstos apenas tienen tiempo para evolucionar y, en cualquier caso, su situación en nuestro mundo resulta tan penosa a casi todos los niveles que lo complicado es entender por qué querría volver. Vamos, que el dilema en sí apenas tiene cabida para tomar forma.

Ni no Kuni. OLM Inc.

A pesar de esto, la película es al menos entretenida y agradable de ver, aunque sea solo por ese «toque Ghibli» en algunos escenarios y por supuesto por la mencionada partitura de Hisaishi. La animación es asimismo más que correcta, especialmente durante algunas batallas, a pesar de que puntualmente se percibe un ligero abuso del CGI.

Por otro lado, hay algunas escenas que sí pueden llegar a resultar emotivas, como determinado flashback y, especialmente para los seguidores del videojuego, cierto cameo de un personaje.

En definitiva, la película de Ni no Kuni posee claramente una calidad inferior respecto a los videojuegos, especialmente en lo referente a su narrativa y a su elenco de personajes. Sin embargo, ofrece cierto entretenimiento que deja una sensación agradable y una belleza absoluta para los oídos gracias al juego de notas compuesto por Hisaishi. Para ver en una tarde lluviosa (como la de hoy).

Beastars, humanidad con forma animal

Paru Itagaki es, al parecer, una de las jóvenes promesas en el mundillo del manga japonés, habiendo estudiado inicialmente cine y decidir dedicarse a las historias en papel tras no encontrar trabajo «de lo suyo». Por una vez deberíamos estar agradecidos por este devenir de los acontecimientos, pues a día de hoy ya ha recibido varios premios, entre ellos el prestigioso Manga Taishô, por el título que nos ocupa, Beastars.

Legoshi (o Legosi) es un lobo gris que acude a la prestigiosa escuela Cherryton, donde además pertenece al club de teatro. Un día, sucede un asesinato en la institución, pues un carnívoro asesina y devora a la alpaca macho Tem, generando un ambiente aún más tenso que el que ya impera en la sociedad, donde unos y otros deben convivir en la mayor armonía posible, lo que supone que se deban controlar instintos varios. Legoshi es muy consciente de esto, hasta que una noche se topa accidentalmente con una coneja enana llamada Hal (o Haru), la cual hace que su mundo empiece a tambalearse.

Lo que más llama la atención de Beastars es su sorprendente humanidad, teniendo en cuenta que Itagaki ha optado por ambientarla en un mundo ocupado por animales antropomorfos. Legoshi, su protagonista, es un tímido y socialmente torpe joven, de fuertes convicciones, que va madurando sorprendentemente a lo largo de la historia. Pero no es solo el lobo, ya que lo acompañan todo un elenco de personajes principales y secundarios carismáticos, entrañables y complejos (incluso los que están «más de fondo»).

«Beastars», Paru Itagaki.

Son los casos de Hal y el ciervo Rouis o Louis, que terminarían de conformar al trío protagonista, una el objeto de deseo y posterior interés romántico de Legoshi y el segundo algo así como su amigo y archi rival, el espejo en el que se mira. Hal es a su vez un personaje femenino que rompe con varios tropos, como su actitud desinhibida frente al sexo o su apabullante sinceridad, que queda contrastada con su aspecto entre infantil y de señora (la propia autora destaca esto en el diseño), en clara alusión a cómo suelen abordarse a este tipo de mujeres en nuestra sociedad (y sí, hay claras referencias a la masculinidad tóxica y a situaciones de acoso a lo largo de la serie).

Pero también están ahí la loba Juno (otra fémina de lo más interesante), el tigre Bill, el labrador Jack, el panda Gohin, el águila Aoba, el carnero Pina, la leopardo Sheila, y un largo etcétera. Grandes personajes llevan a grandes interacciones, y este es el principal nutriente de Beastars, que por ello nos ofrece numerosos momentos tiernos, emocionantes, terroríficos, tristes o divertidos. Puede que la relación principal de la que parte la serie sea la de Legoshi y Hal (intercalada con Legoshi y Rouis); pero no por ello dejan de hacer acto de presencia todos estos nombres con sus miedos, deseos y complejidades (y a medida que avanza la trama se presentan aún más igualmente interesantes, como el dragón de Komodo Gosha o el híbrido Melon).

Además, Beastars es una de esas series con la que, a pesar de que haya momentos que eclipsan a otros, no se pierde el interés, lo que debemos agradecer al estilo narrativo y dibujo fluidos y muy característicos de Itagaki, que a pesar de contener apenas escenas de acción (haberlas, haylas), mantiene un ritmo muy apropiado. Nos hemos leído los nueve volúmenes publicados en nuestro país «del tirón» y ansiamos más. La adaptación a anime, recién estrenada por el estudio Orange y Netflix, no se le queda muy a la zaga, si bien ciertos pensamientos de los personajes son difíciles de trasladar a la pequeña pantalla.

«Beastars», Paru Itagaki.

En definitiva, Beastars es una serie cercana, que aborda temáticas y problemas que pululan por nuestra actualidad, si bien los personajes son todos animales con forma y sobre todo emociones humanas (las alegorías entre carnívoro/herbívoro y masculino/femenino, o con la xenofobia, también están ahí). Se lee rápidamente, pero contiene varias capas y mensajes que atraviesan la piel y se quedan un rato en el kokoro gracias en buena parte a los carismáticos personajes y a la narrativa de Itagaki, que se nota ha estudiado cine (se pueden captar asimismo referencias a películas como La La Land). La verdad, se me torna complicado transmitir en palabras todo lo que estos nueve tomos me han hecho sentir.

Gracias a Milky Way Ediciones tenemos en español los primeros nueve volúmenes (de un total de quince que lleva publicados en Japón), en una edición bastante buena (la propia autora la compartió por Twitter, dándole su visto bueno), con traducción de Marc Bernabé y que sale al mercado de manera regular. No podemos esperar al próximo.

«Beastars», Paru Itagaki.

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