Dragon Ball Super: Broly, una auténtica gozada para los seguidores de la franquicia

Dragon Ball Super se estrenó hace ya más de tres años con muchas expectativas sobre sus espaldas, pues no hemos sido pocos los que hemos crecido viendo la serie ideada por Akira Toriyama, la mayoría de nosotros ya bien maduritos. Como suele pasar con todo lo que es excesivamente esperado, esta nueva entrega dejó con varias quejas y decepciones (algunas bien infundadas) y al fandom dividido. Pero lo cierto es que Toei ha sabido (por norma general) hacerse eco de estos reclamos y, con el paso de los episodios, ha ido mejorando sustancialmente algunos de estos aspectos, sobre todo en lo concerniente al apartado técnico y la animación.

Llega 2019 y con él la última entrega de la franquicia, Dragon BallSuper: Broly, a cines españoles (ya ha pasado por los americanos). Este supone el culmen de esta nueva etapa que aparentemente (todos sabíamos que sería temporal) había finalizado en marzo de 2018.

Especialmente en lo que a animación se refiere. Dargon Ball Super: Broly tiene altibajos en este apartado durante sus casi dos horas de duración, pero ésta nunca deja de ser buena (salvo cierta escena, en la que se nota bastante más el bajón). Hay combinaciones de estilos distintos, unos relucen más (esa batalla entre Broly y Vegeta) y otros menos (la citada escena, ciertos momentos CGI durante los combates Goku-Broly y el final). Pero lo que no se puede negar es que te llega a dejar boquiabierto. Hay coreografías, dinamismos y movimientos en algunos de los enfrentamientos que nunca antes habíamos visto de igual manera en toda la serie. El director de animación, Naohiro Shintani, ha conseguido en definitiva un muy buen trabajo. Lejos quedan los episodios bochornosos y con animación estática de los inicios de Dragon Ball Super.

Quiero citar asimismo el nivel de detallismo al que se llega con la animación en muchas de las escenas, especialmente en los elementos secundarios. Es decir, no solamente vemos en perfecto movimiento al personaje que se enfoca, sino también a un fondo vivo. Por ejemplo el movimiento de la cola de Freezer (que me tenía hipnotizada) o el detalle de Goku lanzándole juguetonamente nieve a Bulma al bajar de la nave (cuando el enfoque está en que los hombres de Freezer han detectado la presencia de saiyans).

En lo referente al sonido y banda sonora, compuesta por Norihito Sumitomo (con el tema principal, «Blizzard», cantado por Daichi Miura), si bien se extrañan los característicos elementos sonoros que desprendían ciertos ataques y golpes en la serie original, no hay tampoco nada que objetar, ya que en ningún momento distraen de la acción. Algunos de los temas más electrónicos puede que lleguen a chirriar en algunos oídos más acostumbrados a los temas instrumentales más propios de Dragon Ball, mientras que otros, como «Broly´s Rage and Sorrow», sí nos recuerdan esa esencia.

A nivel narrativo, pues esto es Dragon Ball. Que no vamos a pedir que se marque un Shinichiro Watanabe, vaya. Sin embargo, teniendo en cuenta que es la cinta más duradera de la franquicia y que el ritmo apenas cae en todo su recorrido, nos encontramos ante un logro. El guión lo ha escrito el propio Akira Toriyama, quien comentó que originalmente duraba más de tres horas, algo que sí se nota especialmente en el tramo inicial, el cual contiene saltos más abruptos y escenas que se intuyen han sido recortadas (¿quizás de cara a una versión extendida?).

Resumidamente (nada que no se haya visto en los tráilers), la historia comienza hace 41 años en el Planeta Vegeta, narrando la llegada al poder de Freezer, la expulsión de Broly del planeta por parte del rey Vegeta, cómo los padres de Kakarotto lo salvan enviándolo de incógnito a la Tierra y la posterior destrucción de su hogar. Mientras tanto, el padre de Broly, Paragus, sale detrás de su hijo, quedando ambos atrapados en un inhóspito planeta, jurando venganza contra los causantes de sus desdichas. De ahí saltamos al presente, que se sitúa después de lo acontecido en Dragon Ball Super. Bulma es avisada de que unos soldados de las tropas de Freezer se han llevado las bolas de dragón que estaba reuniendo, lo que les pone a ella, Goku y Vegeta en alerta y se disponen a ir a recuperarlas.

Este es el punto de partida de una historia que, sin ser en absoluto compleja, contiene los giros suficientes como para mantenernos atentos en nuestras butacas durante las mencionadas casi dos horas. No obstante, el gran logro de todo este tinglado lo hallamos en el propio Broly. Mis sospechas se confirman y Toriyama nos brinda una nueva versión (esta vez oficial) del personaje con el que simpatizamos, empatizamos y sufrimos. Deseamos que al final sobreviva y le vaya todo bien, lo que lo aleja sustancialmente de su otro-yo original (del cual yo admito no haber sido especialmente fan tampoco).

Asimismo, esta cinta nos ofrece otros hitos significativos dentro de la cosmografía de Dragon Ball, a saber: la introducción oficial más duradera de Bardock (recordamos que Toriyama solo había hecho canónica su existencia a través de una única viñeta en su manga) y de la madre de Goku, Gine, en versión anime. Hasta ahora, solo los habíamos tenido así a ambos en el capítulo especial (también hecho por Toriyama) Dragon Ball Minus, por lo que la primera parte de la película puede confirmarse como una adaptación prolongada de éste. También se confirman la existencia oficial del hermano de Vegeta, Table; y nos deja en el aire la posibilidad de supervivencia de otros saiyan (sin revelar nada más al respecto).

Otro de los puntos fuertes dentro de este apartado es el nivel de detallismo que se logra a la hora de intentar atar bien los puntos con lo establecido en el manga, como Raditz asegurando que su madre le ha contado que su hermano ha sido enviado a la Tierra (lo cual le preocupa más bien poco). Teniendo en cuenta que Toriyama ha admitido en varias ocasiones su mente despistada y olvidadiza, es algo a tener en consideración.

Mención especial al equipo de doblaje (al menos al español, que es la versión que hemos visto) dirigido por Mercedes Hoyos, con José Meco (Broly, quien se ha dejado el alma y la garganta en el personaje), Pablo Domínguez (Goku), Paco Prieto (Vegeta) y Ángel Corpa (Freezer) a la cabeza. Además, ¡han recuperado a Antonio Villar (Bardock) para volver a darle voz al personaje!

En definitiva, nos hallamos ante una película de Dragon Ball que hará las delicias de los seguidores de la franquicia y que probablemente al menos entretendrá a los que no son tan fanáticos por su buen ritmo, personajes bien llevados (las nuevas incorporaciones, Lemo y Cheelai, son fresquísimas), escenas dramáticas y ciertos momentos de humor bien intercalados. Si es la mejor o no de la serie nos parece algo tan subjetivo (¡máxime teniendo en cuenta que el resto de casi todas las cintas las vimos desde la óptica de la niñez!) que no seremos nosotros quienes lo afirmemos (o neguemos). Eso sí, merece la pena absolutamente ir a verla en pantalla grande. La animación brutal durante las batallas y algunos hitos dentro de la historia lo confirman.

Bumblebee, nostalgia y personajes carismáticos se unen

La década de 1980 es considerada a día de hoy como una de las mejores en cuanto a contenido artístico se refiere dentro de la cultura pop, que incluye por supuesto a los «blockbuster» procedentes de Hollywood. De esa época son franquicias como Terminator, Alien, Karate Kid, Gremlins, Indiana Jones o Regreso al futuro; películas como E.T., El imperio contraataca, La historia interminable, El club de los cinco o La princesa prometida; personajes femeninos más allá de una superficial estrategia de marketing como Sarah Connor, la princesa Leia o Ripley; series de animación como Dragon Ball, Dragones y mazmorras o Transformers, basada en unos juguetes de Hasbro.

De esta Transformers del año 1984 (y de prácticamente todas las referencias anteriores) es de la que bebe el director Travis Knight (Kubo y las dos cuerdas mágicas) para Bumblebee, en bastante mayor medida que las cintas de Michael Bay (aquí como productor). Y eso se nota en cada segundo del largometraje, tanto en la estructura narrativa de la típica cinta de «chica se hace mayor» (Dentro del laberinto o Los Goonies, por ejemplo, se vienen a la cabeza), como en una inspirada banda sonora que recoge temas de Steve Winwood, The Smiths, A-ha o Duran Duran, entre otros.

Sin embargo, no solo de nostalgia de los 80 vive Bumblebee (algo muy manido últimamente, desde Strangers Things hasta la nueva IT o Guardianes de la galaxia), sino también de un sólido y sensible guión escrito por Christina Hodson y de unos actores, como Hailee Steinfeld (Charlie) o Jorge Lendeborg Jr. (Memo), en estado de gracia (evidentemente, no hace falta hacer mención a la calidad de los efectos especiales, sobre todo en todo lo referente a la expresividad de «Bee»; aunque esta película sea mucho menos artificiosa que las de Bay).

Bumblebee, Paramount Pictures

La historia parte del planeta Cybertron, en plena guerra entre los «Decepticons» y la resistencia «Autobot» liderada por Optimus Prime. En una emergencia, los autobots deciden huir y refugiarse en planetas apartados, eligiendo Bumblebee la Tierra. Allí cae en el año 1987, siendo malherido y perdiendo con ello la memoria y voz. Su único refugio es convertirse en un modelo Escarabajo y esconderse en un taller de chatarra… hasta que es encontrado por Charlie, una joven que acaba de cumplir 18 años y aún de luto por la pérdida de su padre.

Charlie y Bumblebee van estableciendo una relación que es sin lugar a dudas el punto fuerte de la cinta, junto con  la sensación de querer volver como sea a los 80 (o 90, considerada heredera directa de aquélla). En este sentido, Knight, al contrario que Bay, deja la acción de lado, sin olvidarse de ella, para centrarse en el desarrollo personal de unos y otros (aunque uno de ellos sea un alienígena con forma de robot), logrando que empaticemos totalmente con los personajes y que incluso se nos llegue a escapar alguna lagrimilla en un momento dado.

Por ello, Bumblebee se desprende del resto de entregas de la saga cinematográfica de Transformers (de las cuales confieso nunca he sido especial fanática; aunque otros miembros de Fantasy Cloud sí) y se erige como un título más de aventuras y sobre todo de personajes, con Charlie y Bumblebee creando un lazo más especial que el del resto de humanos y autobots vistos hasta ahora (desde luego bastante más que el del susodicho y Sam, interpretado por Shia LaBeouf). En este sentido, la película se acerca más a E.T., el extraterrestre, El gigante de hierro o Cómo entrenar a tu dragón.

Bumblebee, Paramount Pictures

Otro aspecto en el que Bumblee toma lejanía es el de «las mujeres-objeto», esto es, las modelos que son espectaculares, pero que de interpretación poco y nada; y que realmente no aportan mucho a la historia salvo el de ser objeto de deseo del protagonista masculino. Es cierto que las dos últimas entregas de Bay intentaban alejarse un poco de este concepto, poniendo la atención sobre Mark Wahlberg haciendo de abnegado padre, pero el resto de vicios del californiano seguían estando presentes y además se notaba ya un profundo desgaste en la franquicia.

En esta ocasión Steinfeld hace suyo al personaje desde el minuto uno y nos ofrece a una protagonista femenina con la que nos identificaremos fácilmente y que sirve de modelo (y no solo por el físico) para los espectadores más jóvenes, sin necesidad de enseñar más carne de la cuenta (todavía recuerdo los primeros planos de Transformers 3, el horror) y aportando algo sustancial a la trama.

Además, la película gustará casi con toda seguridad a los fanáticos de la serie animada de los 80 de Transformers, ya que como indicábamos al principio es la que más bebe de ésta, tanto en el ambiente como en los diseños de las máquinas. Sirve asimismo de precuela, al explicar el origen de varios aspectos que nos encontramos ya en las cintas de Bay.

Nota: 9 de 10

Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald, una película con sabor a preámbulo

Noviembre de 2016, se estrena en cines Animales fantásticos y dónde encontrarlos, una trilogía de películas que servirían de precuelas-spin off de la popularísima saga de Harry Potter, escritas por la misma J.K. Rowling. Poco antes del estreno de aquélla, la autora escocesa confirma que ya no serán tres cintas, sino cinco. Y este es precisamente uno de los principales defectos que arrastra su inmediata secuela, Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald.

El nuevo título, dirigido por un ya habitual de la franquicia David Yates, sigue la historia unos pocos años después de la primera parte, con Newt Scamander (Eddie Redmayne) sin poder salir de Inglaterra por prohibición del Ministerio de Magia, en el cual trabajan su hermano Theseus (Callum Turner) y su antigua compañera en Hogwarts, ahora cuñada, Leta Lestrange (Zoë Kravitz). Newt sigue en estrecho contacto con el profesor Albus Dumbledore (Jude Law), quien se dispone a ir tras las pistas que va dejando Grindelwald (Johnny Depp) en su recorrido hacia la supremacía del mundo mágico, a la par que intentarán localizar a Credence (Ezra Miller) en algún lugar de París.

Este es el punto de partida de Los crímenes de Grindelwald, con una escena inicial con bastante adrenalina (aunque algo confusa) que te deja la sensación de que la cinta promete. Lamentablemente, este sentimiento se va desvaneciendo a lo largo de un desarrollo repleto de altibajos en el ritmo y de personajes que no siempre sabes hacia dónde van (ni de dónde vienen). Aquí es donde se nota más la mano de Rowling como guionista, ya que quizás ha querido abordar esta serie de películas como si de una de libros se tratase (donde siempre hay más lugar a detalles y ciertos rellenos).

Por ello, subtramas como todas las amorosas (Grindelwald y Dumbledore; o incluso Credence y Nagini (Claudia Kim); que son las más necesarias, son justamente las menos desarrolladas) acaparan más metraje del necesario y en ocasiones se perciben como forzadas. Jacob (Dan Fogler) y Queenie (Alison Sudol) son los que salen más perjudicados.

La trama vuelve a coger ritmo hacia su desenlace, desembocando en un discurso protagonizado por Grindelwald, al más puro estilo Hitler (referencia directa a la Segunda Guerra Mundial incluida) o al actual Trump, que encandilará a más de uno tanto dentro como fuera de la pantalla. Aún así, no es suficiente, y una vez finaliza la cinta, uno no sabe si realmente le han contado algo sustancial o si estábamos ahí «de paso». Comparada con cualquier otro título de Harry Potter (o incluso la primera de Animales fantásticos), parece que en realidad no nos han dicho mucho, un par de revelaciones grandilocuentes aparte.

Otro de los vicios que arrastra Los crímenes de Grindelwald es su necesidad autoimpuesta de contentar a los seguidores de la franquicia, esto es, el «fanservice», lo que no ayudará a que el espectador promedio se enganche y que probablemente hará que se pierda. Rowling ha querido meter guiños en todas partes, provocando con algunos de ellos que se desdiga en su canon anterior y generando así licencias e incluso contradicciones. Por supuesto, la GRAN sorpresa final no sentará bien a más de uno (y la autora inglesa era de las que decían que no quería que su saga se convirtiera en Star Wars por sus elementos «soap opera»…).

Aún así, la película por supuesto tiene cosas buenas, y lo más seguro es que al menos haga pasar un buen rato al fan promedio. Uno de sus mejores aspectos es su reparto de actores y actrices, con un inspirado Johnny Depp a la cabeza. Aunque lamentablemente no salga mucho, Jude Law en su versión de joven Dumbledore no se le queda a la zaga y es todo un robaescenas (preparaos para la tercera parte…). Eddie Redmayne se siente ya mucho más cómodo como protagonista y, aunque siga recordando bastante a algún Doctor de Doctor Who (lo cual no es malo es absoluto), su Newt nos llega como alguien que enternece y conmueve a la vez que le echa un buen par. Su química con Katherine Waterston (quien interpreta a Tina Goldstein) es palpable, a pesar de la tensión remanente con una muy correcta Zöe Kravitz. Lamentablemente, tanto Ezra Miller como Claudia Kim están aquí absolutamente desaprovechados, a pesar de la enorme importancia en la trama del primero.

La otra gran virtud la hallamos (escarbato aparte) en la banda sonora compuesta nuevamente por James Newton Howard, que sabe darle vidilla a varias escenas y momentos (que de por sí pasarían fácilmente desapercibidos).

En definitiva, Los crímenes de Grindelwald cumple como cinta dirigida a los seguidores y como preámbulo, pero falla como película aislada e incluso como entrega habitual de la franquicia. Servidores lo pasaron bien en su visionado (tuvieron buena parte de culpa los organizadores del evento fan en Kinepolis), pero el espectador promedio es probable que se eche alguna cabezadita o que acabe más perdido que un pulpo en un garaje. Lo mejor, sin duda, un villano interesante que sirve de analogía tanto a las grandes figuras de la primera mitad del siglo XX (e incluso a Dumbledore podríamos asimilarle algunas cosas de Churchill), como a algún infame político actual; su banda sonora; y que te deja el campo listo para otra nueva parte que, esta vez sí, esperamos que nos cuente varias cosas.

Han Solo: Una historia de Star Wars, la que más se acerca a la trilogía original

Hoy, coincidiendo con el Día del Orgullo Friki y con la fecha de estreno (allá por el año 1983) de El retorno del jedi, será probablemente el día en el que un gran porcentaje del fandom acuda a ver por primera vez Han Solo: Una historia de Star Wars. La coincidencia con el estreno del cierre de la trilogía original de George Lucas no será lo único que vincule a estas películas.

Y es que esta precuela del contrabandista más conocido de la galaxia, la cual era fácil tachar de «innecesaria», es sin lugar a dudas la que más bebe de lo que nos ofreció la trilogía original de esta franquicia, empezando, claro está, por su protagonista y sin dejar atrás todo el sabor añejo de la ambientación (MUY lograda, todos y cada uno de los planetas, incluyendo el que se asemeja a una pequeña porción de Mad Max con vistas a la playa) y del estilo narrativo.

El guión lo firman Lawrence y Jonathan Kasdan, padre e hijo (el primero ya estuvo detrás de, entre otras, las historias de El imperio contraataca y En busca del arca perdida), lo cual ya garantiza ese estilo de cine de aventuras tradicional y repleto de nostalgia (los guiños a las películas antiguas son numerosos), con unos personajes que rebosan carisma y que llenan la pantalla.

De hecho, ese es el otro gran punto fuerte de Han Solo: Una historia de Star Wars, sus personajes. Desde el propio Han (resuelto con mucha solvencia y gracia por Alden Ehrenreich), hasta Lando (un inspirado Donald Glover que lamentablemente no aparece lo que quisiéramos), y por supuesto Chewbacca (con Joonas Suitamo bajo el traje), pasando por las nuevas caras (en esta galaxia muy, muy lejana) de Qi´ra (Emilia Clarke), Beckett (Woody Harrelson), Dryden Vos (Paul Bettany), Val (Thandie Newton) y Enfys Nest. Todos ellos nos dejan con ganas de más (en lo personal, mención especial en este sentido para Enfys, Dryden y Qi´ra), y eso que algunos salen realmente poco en pantalla.

La química que desprenden es otro de sus aciertos. No ya entre Han y Chewbacca (claramente las estrellas de la película), sino en todas las combinaciones posibles (y queremos decir TODAS): Han y Lando, Lando y L3, Qi´ra y Han, Qi´ra y Dryden, Han y Beckett, Beckett y Val, y etcétera. En este punto, se nota que los Kasdan se mueven como pez en el agua y nos ofrecen personajes frescos y entrañables, de nuevo con ese sabor añejo más propio del cine de aventuras de los 80 fusionado con el western.

Sin embargo, el guión también adolece de algunos altibajos notables, y a la postre pudiera parecer fácilmente una cinta que presenta una serie de situaciones de las que se sale al paso y poco más. Es decir, nada «trascendental», no hay un GRAN momento que te deja con la boca abierta ni tampoco los vellos de punta (alguno se le acerca), aunque la tensión en las escenas de acción está bastante lograda, así como en cada momento en el que Dryden Vos hace acto de presencia.

La tensión y la buena dirección de la película se las debemos a Ron Howard (un veterano tras las cámaras, contando con Willow o Una mente maravillosa a sus espaldas), quien llegó de improvisto para sustituir a Phil Lord y Chris Miller (quienes han quedado como productores ejecutivos). En lo personal, pensamos que han acertado con el cambio, y es que en cuanto a dirección se refiere, Han Solo cumple sin mucho riesgo, pero con una base muy sólida, que al fin y al cabo es lo que se suele esperar de una cinta de Star Wars.

No podemos cerrar esta crítica sin spoilers sin hablar de la banda sonora, a cargo de John Powell (Cómo entrenar a tu dragón), la cual bebe mucho de John Williams (son varios los temas de éste último que se dejan oír a lo largo de la cinta), pero no por ello sin dejar de ser al menos resultona. Especialmente llamativo nos ha resultado el tema dedicado a Enfys Nest.

En definitiva, Han Solo: Una historia de Star Wars es esa precuela que creíamos innecesaria, cuyo desarrollado ha estado repleto de baches, pero que ha salido con bastante dignidad. Sin duda, será más del gusto de los habituales de esta saga que, por ejemplo, Los últimos jedi, y es la típica cinta que te deja con una sonrisa en la cara y con la sensación de que es la que podrás ver con tus sobrinos/hijos/nietos de cualquier edad sin problemas. ¿Lo mejor? Una ambientación nostálgica muy lograda y artesanal junto a unos personajes que rebosan carisma. ¿Lo peor? Un guión en ocasiones atropellado que adolece de la sensación de que está pensado para que haya secuelas. Y sí, seguimos pensando que las influencias de Cowboy Bebop (western y cine negro en el espacio) están ahí.

Blade Runner 2049: La tragedia de K

Es complicado realizar una crítica de Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017), película que ha estado rodeada de secretismo durante su realización, sin mencionar spoilers. Por ello, vamos a hacer una primera parte a modo de crítica sin spoilers, con nuestra mera opinión de lo mejor y lo peor; y una segunda que resulta más en un análisis con spoilers (tranquilos que avisaremos).

Blade Runner 2049 tiene ante todo la bendición o maldición de contar como base a su predecesora (Ridley Scott, 1982), una cinta considerada de culto y que cuenta con toda una legión de seguidores a lo largo y ancho del planeta. La primera pregunta por lo tanto es: ¿está Blade Runner 2049 a la altura? Sí y no.

Sí porque es en conjunto una muy buena película, con una realización artística y técnica impecable (¿Oscar para Roger Deakins?), unos planos maravillosos y futuristas que, como la original, destilan melancolía y soledad, así como ciertos toques de cine negro. También la música (Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch) funciona, pero se nota que intenta seguir los pasos MUY de cerca de la inolvidable partitura de Vangelis (entonces, ¿por qué no contrataron al compositor griego?).

Si nos metemos en el guión (escrito por Hampton Fancher, guionista también de la original, y Michael Green), éste resulta en un relato bastante solvente que abarca cuestiones filosóficas como su predecesora, pero que, lamentablemente, encontramos que se va diluyendo poco a poco a medida que avanza hacia su tramo final, en donde remonta poderosamente para la última escena. Y es que, y este es quizás su principal lastre, se nota más de lo que nos gustaría que Blade Runner 2049 está pensada para que tenga secuela(s), lo que deja varios temas (algunos interesantes, otros que parecen clichés puestos con pegamento) en el aire.

Los actores están todos muy bien, sorprendiéndonos positivamente una Ana de Armas (Joi), que rezuma encanto y química con un contenido Ryan Gosling (K), quien lleva sobre sus hombros la parte más interesante de la historia. Sobre el resto, todos cumplen, pero en realidad nos han parecido más los comparsas que también padecen esa dispersión de la segunda parte de la cinta. Harrison Ford vuelve como un Deckard envejecido y desencantado, pero no esperéis que sea tratado como personaje principal (y no quiero contar aquí nada más, eso irá a continuación).

La peor parte, en mi opinión, recae en la figura de la villana (Luv, interpretada por Sylvia Hoeks), un personaje absolutamente estereotipado que parece más salido de una película de James Bond que del universo que nos ocupa. Cuenta la Trivia de Blade Runner en IMDB que Rutger Hauer (inolvidable Roy Batty) se opuso a rodar la escena de acción que pretendía Ridley Scott al no considerar Blade Runner una película «de Bruce Lee». Deberían haber contratado al actor neerlandés como asesor para esta 2049, pues parece que esa parte se les ha olvidado. Serán los tiempos que corren, suponemos.

En cuanto a Jared Leto (Wallace), simplemente está aquí desaprovechado, apareciendo para recitar frases grandilocuentes, algo sobre «los ángeles» que nunca se entiende muy bien qué es, y poco más. Sus escenas parecen inconexas y realmente no aportan mucho al conjunto, además de que crea los «agujeros de guión» más vistosos, al no quedar nunca del todo claro sus objetivos (a lo largo del metraje, se llega a percibir que tiene hasta tres distintos y en lo personal no entiendo por qué cambia de uno a otro). Claramente, otro elemento para la secuela.

¿Dónde está entonces «el nuevo» Roy Batty? (aquí sí, SPOILERS)

Roy y Pris (Daryl Hannah) se han convertido en villanos (que luego no lo son tanto) icónicos de la historia del cine. Sobre Roy pesa además el haber protagonizado una de las escenas y monólogos más miticos. El listón estaba alto para esta Blade Runner 2049 que, como decíamos, no cuenta con antagonistas a la altura.

Pero es que estábamos mirando en la dirección equivocada, puesto que la atención hay que depositarla sobre el personaje del agente K, el nuevo «blade runner» que además es un replicante dentro de los últimos modelos creados por Wallace. K representa la búsqueda de la identidad y el propósito de una vida, junto con el anhelo de amar y ser amado aunque no estemos programados para ello y esté mal visto.

Empieza la película enfrentándose a Sapper Morton (Dave Bautista), un nexus 8 que huyó y vive oculto en una granja. Éste le echa en cara a K algo que más tarde en el film volverá a recordar y que sirve como buen espejo de la realidad que nos está tocando vivir a las generaciones jóvenes del mundo actual: «Los nuevos modelos aceptáis los trabajos de mierda que os dan». Morton sabe que K es un replicante, que es un «blade runner» y que va a ejecutarlo («retirarlo»). También sabe que los humanos son clara y abiertamente racistas con los replicantes, insultándolos y amenazándolos, algo que vive K en su día a día.

Ambos temas (la confrontación generacional entre replicantes y la brecha entre humanos y androides), lamentablemente, no son abordados en profundidad en la película (a donde llega más lejos es a la teniente Joshi, Robin Wright, advirtiendo de que se avecinará una guerra), dejándolos probablemente, y lamentablemente, para una secuela.

Siguiendo con K, es él quien tiene la principal crisis de identidad. Tratado como replicante-esclavo, sin que se tengan en cuenta sus emociones o necesidades personales, y sin que él proteste al respecto, todo cambia cuando, tras descubrir una inscripción en un árbol (el mundo de Blade Runner 2049 apenas tiene vegetación), empieza a recordar escenas de su niñez. ¿Memorias reales o implantadas?

Es Joi quien le da el principal empujón para hacerle creer que es humano, que tiene emociones, y que, de hecho, eso es lo que te daría la humanidad: los sentimientos, justamente el amar y ser amado que tanto ansía. Además, es ella (¡un programa informático!) quien lo bautiza, poniéndole el nombre de Joe. Al principio K se muestra reticente a aceptar esto, es más fácil permanecer dentro del status quo, seguir cumpliendo con su trabajo de replicante que no replica ni se cuestiona nada.

El tener recuerdos de una infancia perdida es lo que termina de poner la guinda sobre el pastel de humanidad. Y en ese momento Joe la acepta y renace, deja atrás su trabajo (y será perseguido) y acepta dar y recibir muestras de amor de otro ser que no es humano, pero que sí desprende humanidad. Como colofón, Joe/K emprende un camino que es MUY humano: la búsqueda de sus orígenes, que no son los que él creía. En todo esto, Blade Runner 2049 da varios pasos más allá en relación con su predecesora.

Pero luego todo vuelve a dar un giro de 180 grados. Esa nueva identidad que había abrazado K se desvanece junto a su interés romántico (la misma que lo había rebautizado) y vuelve a ser un replicante creado con un fin muy determinado. No obstante, los replicantes (que sí, siempre han tenido humanidad) tienen capacidad de decisión, y K elige ayudar a Deckard, cerrando así un ciclo.

Esto nos lleva a la hermosa escena final, donde comienza a sonar de fondo la maravillosa «Tears in the Rain», y en donde creo que K, que ha cumplido su propósito, que sin embargo ha perdido toda razón de vivir, se deja morir bajo la nieve, plácidamente, al igual que Roy bajo las gotas de agua. Es aquí donde uno cae en la cuenta: el nuevo Roy es K, es el replicante con un propósito, que se revela, que ansía, que ama, que teme, más humano que los humanos, y que al final, inevitable pero pacíficamente, muere, habiendo ayudado a Deckard, el padre que creyó que era y no fue. La poesía de Blade Runner.

P.D.: Como punto negativo, ¿por qué todas las féminas que desfilan por la película (incluso la prostituta que está de paso) tienen que caer rendidas ante los pies de K?

P.P.D.: Curiosamente, la escena final en la escalera nos recordó (y no solamente a mí) a la última de Cowboy Bebop, obra a su vez inspirada en parte en la Blade Runner original. ¿Se cierra el círculo? No sabemos si Villeneuve es seguidor del anime, pero la relación entre K y Joi nos recuerda asimismo a la de Hei y Yin (Darker Than Black).

P.P.P.D.: No llorábamos tanto la pérdida de un «objeto» (aunque la naturaleza de Joi da para otro debate) desde Wilson en Náufrago.

Spiderman Homecoming: Un héroe con ruedines (crítica sin spoilers)

Reza la frase: «la tercera es la vencida”. Creemos que con esta nueva versión del joven arácnido por parte de Tom Holland (futuro Nathan Drake en la versión cinematográfica de Uncharted) han dado en el clavo. Pero nada ni nadie es perfecto, sino que son los matices entre lo bueno y lo malo los que hacen la diferencia en la vida. Y este Spiderman Homecoming de Jon Watts (Clown) alcanza bien la tonalidad de grises.

Personalmente, creo que el protagonista logra captar la torpeza y la distracción intrínsecas al personaje. Otro punto a destacar es que no repite la moraleja famosa sobre la responsabilidad que este conlleva. El interés amoroso, afortunadamente, pasa a un segundo plano, para luego sorprender con un ingenioso giro.

Como villano, Michael Keaton (Batman, Birdman) realmente se luce encarnando al Buitre (Adrian Toomes), papel reservado en su momento para John Malkovich en una supuesta cuarta entrega en el universo de Sam Raimi y Tobey Maguire. Quien supo ser Batman en la versión de Tim Burton en los años ’90, retrata ahora a un antagonista con rasgos antisistema, pero que aún así, le gusta la buena vida sin altibajos, y es por eso que se dedica a robar para sostener su buena posición económica.

Marisa Tomei (El luchador) da vida a una fresca versión de la tia May, pero con algunos rasgos de Rosemarie Harris y Sally Field, las antiguas parientas de Peter Parker en el mundo del celuloide.

Como puntos negativos, no podemos obviar que, desde que Marvel se encuentra bajo el ala protectora de la gigante Disney, hay una constante necesidad o alusión de todo aquello que engloba lo políticamente correcto. Enfrentamientos de Spiderman donde podemos recordar sin equívoco a Steven Seagal y sus películas, ya que por más que reciba miles de golpes de objetos de todo tipo y condición, ni se despeina ni sangra en forma notoria.

Desde que Spiderman se integró al universo de Los Vengadores, hay una necesidad de equiparar los equipos y recursos similares a los ya vistos en otras películas de otros superhéroes. Hablamos específicamente de Iron Man (un como siempre solvente Robert Downey Jr.). Realmente no vemos la necesidad de complementar el traje del trepamuros con émulo al de J.A.R.V.I.S. En esta nueva versión, Tony Stark tiene un papel de figura paternal, quitándole quizás un poco de libertad y decisión a la araña de Marvel. Sin embargo y por suerte, no aparece demasiado en pantalla.

Pros:

  • Generalmente, las nuevas versiones de un personaje famoso y querido por todos generan cierta e inevitable reticencia (más siendo su tercera versión en 15 años), pero para nosotros no es el caso, ya que Tom Holland logra un Spiderman, a diferencia del encarnado por Andrew Garfield, completo y sin fisuras.
  • Por fin vemos un Spiderman más humano, con sus torpezas y distracciones típicas del transcurso adolescente. En realidad, es bastante torpe a lo largo de toda la película.
  • Se respira una notoria frescura, donde no vemos una necesidad imperante de la búsqueda del amor adolescente, en contraposición como las anteriores entregas de Marc Webb y Sam Raimi.
  • Michael Keaton es inoxidable y eterno. Ya es la tercera vez que encarna un personaje alado, siendo Batman el primero, Birdman el segundo y en este caso el Buitre. El otrora murciélago de Tim Burton logra destacar como villano, siendo esta una posición donde Marvel y Disney llevan haciendo agua en reiteradas oportunidades.

Contras:

  • Si bien las apariciones de Tony Stark y su Iron Man son contadas y precisas en momento y lugar, parece ser que su misión es coartar las libertades y el albedrío del joven arácnido. Todo sea por integrar al personaje al universo Avengers de cara a la futura tercera entrega, pero no nos termina de gustar este encuadre.
  • La necesidad de todo aquello que sea políticamente correcto suele quitar espontaneidad y sorpresa al personaje. No vemos mal la inclusión de elementos que respondan a este tendencia, solo observamos que el abuso de esto tiene consecuencias no siempre positivas a la hora de contar una historia.
  • Adyacente a esta tendencia arriba mencionada, vemos con sorpresa y cierta desazón que Spiderman no sangra a pesar de recibir incontables golpes y zamarreos.

Concluimos que esta nueva entrega tiene una buena dosis de frescura y espontaneidad con actores que destacan sobradamente, pero aún así, el imperio Disney le impone ciertas reglas, tales como lo políticamente correcto, la necesidad de constantes gags y que el argumento de la película dependa en forma global del universo de Los Vengadores.

Rogue One: Una historia de Star Wars. Crítica sin Spoilers

Desde que Disney comprase Lucasfilm, se decidió que habría una película por año de la mítica franquicia creada por George Lucas. Muchos se (nos) mostraron escépticos con esta decisión, pensando que la fórmula terminaría agotándose y todos acabaríamos bastante hartos de aquellas letras que rezan «En una galaxia muy, muy lejana…». Es probable que el dicho hartazgo termine llegando, pero no será Rogue One: Una historia de Star Wars la culpable. 

La cinta que nos ocupa es la primera en formar parte de una serie de spin-offs que se compilan dentro del título Star Wars: Antologías y que se encargan de narrar aspectos colaterales de las películas numeradas y que ocupan las trilogías principales. Para esta complicada misión han decidido poner detrás de las cámaras a Gareth Edwards (Monsters, Godzilla), aunque para las ya famosas escenas que se tuvieron que volver a rodar también contaron con la ayuda de Tony Gilroy (El legado de Bourne), quien a su vez firma el guión. Desde ya podemos avisar que se puede respirar tranquilamente: no se percibe el cambio de la mano de director, o al menos la película no sufre ningún altibajo brusco, que ya es de agradecer. Probablemente (o así se rumoreaba), Disney quiso endulzar un poco el tono de la cinta, de por sí ya bastante oscuro. Y es que nos encontramos ante, probablemente, la película más cruda de todo Star Wars (puede que solamente superada por ciertos fragmentos de La venganza de los Sith).

Rogue One: A Star Wars Story Cassian Andor (Diego Luna) Ph: Jonathan Olley �Lucasfilm LFL 2016.

La historia que se nos presenta de tal manera: situada justo antes de Star Wars: Una nueva esperanza (la primera de todas, estrenada allá por el año 1977), Rogue One nos cuenta cómo un grupo de rebeldes pudo robarle al Imperio los planos que indicarían el único punto débil de la Estrella de la Muerte. Sin soltar spoilers, para empezar esta película ya se encarga de solucionar uno de los mayores vacíos argumentales de la historia de La guerra de las galaxias, y además lo hace de forma convincente, por lo que ya solo por eso merece nuestro agradecimiento. Además, en el camino nos va presentando nuevos y jugosos personajes, alejados (al fin) de controvertidos y traumatizados linajes. Jyn Erso (Felicity Jones) es aquí la protagonista, sobresaliendo algo más que el resto. Como tal cumple sobradamente, alejándose bastante del convenio de perfecciones que era/es Rey (aunque la sigamos adorando, eso no quita lo Mary Sue) y dejándonos a un personaje femenino fuerte y vulnerable a la vez (no veréis escenas tipo «¡No me agarres de la mano!» en los primeros diez minutos de película, no os preocupéis).

No por tener algo más de relevancia deja al resto de personajes atrás, acompañándola en el camino el capitán Cassian Andor (Diego Luna), un rebelde bastante más cabreado de lo que parecía en los tráilers (por suerte, a nuestro gusto) y el droide imperial (ahora reprogramado por Cassian) K2SO (Alan Tudyk), uno de los grandes aciertos de la película. A este trío calavera se les suman Chirrut (Donnie Yen), una especie de guerrero místico también muy acertado; Baze (Wen Jiang), compañero de éste último y con quien forma una muy buena química; y Bodhi (Riz Ahmed), un ex piloto del Imperio con más peso argumental del que parece inicialmente. Completan el elenco Saw Guerrera (Forest Whitaker), un viejo conocido de la serie animada y que muestra la cara más radical de la Rebelión; Galen Erso (Mads Mikkelsen), el padre de Jyn, muy vinculado a la construcción de la Estrella de la Muerte y Orson Krennic (Ben Mendelsohn), el nuevo villano y quien se encuentra detrás de la idea de la creación de un enorme arma imperial. Lamentablemente, los dos últimos personajes, si bien son interpretados por grandes actores, son los que se encuentran más desdibujados. Galen porque no tiene apenas tiempo para lucirse, y Krennic porque… bueno, porque claramente se ve ensombrecido por la presencia de Darth Vader (que en versión original sigue contando con la voz de James Earl Jones, desconociendo quién habrá sido el elegido para sustituir a Constantino Romero en la versión española) y por cierta cara conocida que se deja ver bastante por el metraje de la cinta.

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Porque si algo rebosa Rogue One por todos sus costados es su amor por Star Wars, percibiéndose rápidamente que la ha dirigido un gran fan de la saga. Cameos y guiños (no solo de la trilogía principal) aparte, las escenografías se encuentran tan cuidadas, tan repletas de detalle, que es fácil que se nos escape algo. Los planetas de Rogue One se hallan poblados por multitud de alienígenas de distintas formas y tamaños, además de rincones oscuros y otros no tanto. No por ello se abusa del ordenador (como hiciera Lucas con las precuelas), sino al contrario: los seres que caminan por estos mundos se perciben con vida, son «reales». Unos nos resultarán familiares y otros en cambio serán totalmente nuevos, pero en cualquier caso es una variedad que se agradece, porque sobre todo enriquece este fantástico universo. Podemos decir claramente que la fotografía, las maquetas, el arte, todo lo que rodea a la ambientación de Rogue One es absolutamente maravilloso.

Sin embargo, no todo es color de rosa. La narrativa, si bien trepidante, peca de serlo quizás DEMASIADO. Que da la sensación de que están pasando muchas cosas y muy deprisa (casi) todo el tiempo, vaya. Esto causa la sensación de que las relaciones entre los personajes, si bien se quieren y desprenden química, no siempre resultan del todo creíbles. De todos modos, un fallo menor dentro de algo más grande. Y es que Disney, sorprendentemente, aquí arriesga. No vamos a decir que nos encontramos ante una película bélica, cuando la parte más centrada en dicho género ocupa solo unos (varios) minutos, pero sí una cinta de aventuras que sorprende, especialmente en su desenlace. Cierta escena (muy bien llevada, por cierto) incluso nos acerca más a una película de terror. Por ello, pensamos que, por esta vez, Star Wars no es para niños muy pequeños (sí para niños, a secas, tampoco es que Disney se haya vuelto ahora Wes Craven).

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En definitiva, Rogue One: Una historia de Star Wars es un enorme tributo al Star Wars de Lucas, pero al de la trilogía original, con nuevos planetas y rincones por descubrir, personajes que, si bien son «los buenos» y «los malos», también poseen sus claroscuros, droides carismáticos (y con personalidad, que no solo sirven para vender merchandising) y combates aéreos apoteósicos. No por nada, al dueño del Skywalker Ranch le gustó esta película bastante más que El despertar de la Fuerza.

P.D.: Hoy, día 16 de diciembre, os recordamos que tenemos una cita durante la proyección de la película, donde además sortearemos merchandising entre los asistentes. Entradas a 7,90 por aquí.

Vaiana (Moana): Cuando Ghibli posee a Disney

Este 2016 está siendo un magnífico año para el cine animado. Al menos para el cine animado mainstream. Hace menos de un año llegaba a nuestras carteleras la increíble Zootrópolis, y unos meses después lo hacía la no menos interesante Kubo y las dos cuerdas mágicas. Ahora aterriza Vaiana (Moana en la versión original, que por estos lares hubo problemas con los derechos de autor para poder mantener el título) y, en lo personal, era la apuesta animada que más temía, con todo el tema de «princesas Disney» y canciones que nunca me han llegado a gustar del todo. Sin embargo, podemos ir adelantando que Vaiana sabe salir MUY bien del paso y acaba aprobando con notable alto.

La historia de esta última superproducción animada de Disney nos sitúa en una de las islas de la Polinesia, donde Vaiana, como hija del jefe, debe guiar y cuidar de su pueblo. Sin embargo, una extraña amenaza se está cerniendo poco a poco sobre los mares, y nuestra protagonista se verá obligada a salir a cruzar los mares en una canoa y así poder encontrar al semidiós Maui, quien a su vez deberá depositar una piedra misteriosa en una isla legendaria. Así da inicio una historia repleta de aventuras y elementos del folclore polinesio.

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Tras las cámaras de Vaiana (2016) nos encontramos con dos veteranos de la casa del ratón: Ron Clements y John Musker (La Sirenita, Aladdin). Con esto en mente, era fácil prever que nos encontraríamos con un producto de calidad. El resultado es afirmativo, especialmente en todo lo relacionado con el apartado visual: la animación de Vaiana está llena de vida y color, y elementos como el océano (además de acabar resultando en un personaje la mar de simpático… nunca mejor dicho) en ocasiones pueden llegar a parecer sacados de una fotografía. El paisaje de la isla de la Polinesia de donde proviene Vaiana también es lo más paradisíaco que cabría, y casi te provoca ganas de querer irte raudo y veloz a sacarte un par de billetes de avión en cuanto salgas de la sala de cine. Dicho esto, podríamos concluir firmemente que el apartado técnico es lo mejor de Vaiana y de lo mejorcito que hemos visto salir de Disney en los últimos años (y eso que la enorme ciudad de Zootrópolis se lo había puesto muy difícil).

Otro factor que suele acompañar a Clements y Musker son las canciones (volvemos a hacer especial referencia a La Sirenita y Aladdin). Como adelantaba antes, he de decir que yo no soy muy amiga de musicales, y acabé del Let It Go hasta Mickey sabe dónde, pero los temas de Vaiana se me han hecho extremadamente pegadizos y alguno incluso hasta particularmente bonito (Te Vaka – Logo Te Pate). Para la ocasión han contado con el compositor y actor de Broadway Lin-Manuel Miranda, quien ha impregnado a las notas de toques polinesios y pop. Hay un tema en particular que incluso recuerda poderosamente a David Bowie. En definitiva, una banda sonora variada, bonita y dinámica. We Know The Way ya está entre nuestras favoritas.

Quizás en donde más flojea Vaiana sea en el guión. No porque sea regulero o esté mal ejecutado (que no lo está), sino porque es algo que ya hemos visto cientos de veces, más aún en Disney. En ese sentido, la casa del ratón camina sobre seguro y no se desvía mucho de lo establecido. Eso sí, hay dos puntos que nos han llamado poderosamente la atención y que queremos destacar. Por un lado, nos encontramos ante la película de Disney que probablemente más bebe de Ghibli y de Miyazaki: una chica independiente y voluntariosa como protagonista, un semidiós que la acompaña, la figura de una abuela sabia y algo excéntrica, la importancia de la naturaleza y su equilibrio y… no queremos decir más por peligro de SPOILERS, pero seguro que quien haya visto alguna de Miyazaki enseguida se dará cuenta de a qué nos estamos refiriendo. Por otro lado, se nota que los directores y guionistas han investigado sobre el folclore polinesio, lo que causa que nos introduzcamos en su cultura (al menos superficialmente). Y de nuevo por eso nos dan ganas de sacarnos un par de billetes de avión al terminar la película…

Los personajes, aunque tampoco son nada nuevo, sí resultan simpáticos. Vaiana es esa protagonista que mencionábamos, inteligente y preocupada por el asentamiento de su identidad y el devenir de su pueblo. Maui es un semidiós arrogante pero a la vez vulnerable. La química entre estos dos vuelve a ser una vez más el punto fuerte del guión, como ya sucediera con Ralph y Vanellope o Nick y Judy. Y sí, hay animalitos, pero no se hacen molestos (POR SUERTE). El cerdito adorable tenía todas las papeletas para convertirse en el robaescenas insoportable para los adultos, pero afortunadamente no llega a ser así. En cuanto al villano… no sabríamos decir si realmente hay uno, y de nuevo no queremos adentrarnos en terreno fanganoso de spoilers. Quizás cierto crustáceo con estrabismo provoque algún susto entre los más pequeños, pero poco más.

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En conclusión, Disney vuelve a sacar una gran superproducción animada… y una vez más triunfa. Realmente la casa del ratón está que lo tira en estos últimos años, siendo suyos todos los blockbusters que están teniendo mejor recibimiento generalizado por parte de crítica y público. Para nosotros, si bien no llega al nivel de Zootrópolis (que es MUY buena), sí supera a Frozen, con la que se empeñan molestamente en comparar.

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