Devilman Crybaby, disección de la naturaleza humana

Mariana Abramovic es una artista que en 1974 realizó una «performance» en Nápoles que podía percibirse a su vez como experimento: se quedó inmóvil ante el público, a la par que dejaba 72 objetos (desde una botella de agua, plumas, cuchillas, hasta una pistola) y al lado una nota con las instrucciones, simplemente podrían hacer con ella y los objetos sobre la mesa lo que quisieran durante las próximas 6 horas. Abramovic era el objeto principal de la obra.

Al principio los asistentes se mostraron tímidos, iban con la pluma, la cuerda… poco a poco, alguien se atrevió a alzarla, otro a tocarla de forma obscena, alguien le echó agua encima, le hicieron un corte en el cuello con la cuchilla, le arrancaron parte de la ropa y hasta le apuntaron en la cabeza con la pistola.

Pasadas las 6 horas, Abramovic salió del escenario, ella misma cuenta que la gente que hasta hace un momento la estaba sobeteando o incluso golpeando pasaba por allí intentando hacer como si nada, ni la miraban a la cara.

Empiezo con esta introducción porque Devilman Crybaby (versión reciente para Netflix de la obra Devilman de Gô Nagai) básicamente se dedica a hacer lo mismo que Abramovic: disecciona la naturaleza humana a lo largo de sus 10 episodios, mostrando toda (en serio, TODA) su crudeza. Al otro lado, el protagonista Akira Fudo y su amiga/interés romántico Miki Makimura representan la otra cara, y es que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor.

Devilman Crybaby, que celebra el 40º aniversario del título original, cuenta la historia de Akira Fudo, un estudiante de aspecto más bien debilucho y extremadamente sensible, especialmente hacia el dolor ajeno (de ahí el acompañamiento «Crybaby»), cuyo amigo de la infancia, Ryo, reaparece repentinamente en su vida contándole que él y su maestro han descubierto la existencia de demonios en el Amazonas. De forma consciente, Ryo se lleva a Akira a una especie de macro-orgía con drogas llamada «Sabbath» (las referencias religiosas son múltiples) con la intención de invocar a los demonios y que el más poderoso de ellos, Amon, posea el cuerpo de Akira… como efectivamente hace.

Debido a que Akira es básicamente pura bondad, Amon nunca llega a poseerlo del todo, transformando su cuerpo y sus habilidades, pero dejando su corazón incorruptible. Nace así «Devilman», un humano que puede adoptar cuerpo de demonio. Fudo adquiere mayor arrogancia y autosuficiencia a raíz de albergar al demonio, así como habilidades que superan lo humano, pero nunca pierde su empatía y sensibilidad. Finalmente, Miki o los recuerdos con ella serán su último vínculo con su humanidad.

El director de esta nueva versión, el aclamado Masaaki Yuasa, no se detiene en Akira y Miki frente al resto de la humanidad (excepciones como una parte del grupo de raperos aparte), sino que marca esta alteridad de forma constante a lo largo del anime: se ve en el propio Akira y su parte demoníaca Amon, en Miki y Miko, en Akira y Ryo y hasta en el propio Ryo (sobre todo en la recta final).

Yuasa logra maravillas con el tiempo del que dispone (recordamos que son 10 episodios de unos 25 minutos cada uno) y nos representa no solo esta disección de la humanidad, sino además la evolución del propio Akira como reflejo mismo del espectador (aunque en su parte más cínica o racional pueda sentirse más cercano a Ryo), incluida (no haremos spoilers) su ruptura con la infancia y el paso por la adolescencia más hormonal, hasta llegar a una madurez descreída y golpeada por vicisitudes de la vida.

Frente al emocional Akira nos encontramos al racional Ryo, su otra cara en todo: Akira va de negro o colores oscuros y Ryo siempre de blanco, el primero es cálido e impulsivo y el segundo frío y distante. Al final, parece que ambos se turnan algo de sus papeles y descubren la perspectiva del otro, pero ya es tarde.

Como adelantábamos antes, estas dualidades no son las únicas, teniendo a ambas «Mikis» (una de ellas más conocida como Miko), quienes compiten por ver quién es más rápida en atletismo. Miko es más descreída que Miki, pero a su vez la admira y quiere; mientras que la otra siempre se muestra, como Akira, más ingenua y lista para brindar apoyo a quien lo necesite.

Entre medias, una humanidad caracterizada por el hedonismo y unas circunstancias casi de constante alienación y onirismo (se reflejan en ciertos puntos las drogas y el efecto de las redes sociales), que se ve volcada a actos aberrantes y violentos en cuanto haya un mínimo impulso hacia ello (como en la actuación de Abramovic), convirtiéndose en esos «demonios», desinformación y manipulación de las masas mediante. De ello nos hacen también testigos los raperos que aparecen en casi todos los episodios.

A Yuasa lo ayuda un guión firmado por Ichiro Okouchi, quien a su vez ha escrito el de Code Geass, título que bebe bastante de Devilman, lo que se refleja además en esa relación tan compleja y ambigua entre Akira y Ryo (hay ciertas escenas que involucran un estadio y una transmisión con consecuencias funestas en ambas obras). Okouchi sabe cómo darnos un respiro entre tanta amputación y sexo desenfrenado con escenas más tiernas (como todas las de Miki y Akira) o sesudas (prácticamente cada vez que Ryo o los raperos abren la boca).

Sin embargo, no todo es perfecto en esta narrativa frenética y repleta de mensajes, ya que los dos últimos episodios los hemos notado más abruptos y acelerados respecto al resto, hasta el punto de que es fácil perderse la conclusión de algunos personajes secundarios.

La banda sonora, compuesta por Kensuke Ushio (Koe No Katachi), marca ritmos techno que otorgan mayor percepción de desenfreno y opresión, aderezados con temas como «Konyadake», de Takkyu y Tavito, que junto al opening de la primera adaptación al anime de Devilman nos sumergen en una abrumadora sensación de nostalgia y melancolía.

Se ha hablado bastante también de la animación de Devilman Crybaby, llevada a cabo por el estudio Science Saru, ya que se aleja del preciosismo de algunos otros títulos de anime en Netflix (nada más lejos de Violet Evergarden…). Sin embargo, diseños de personajes (de Ayumi Kurashima) aparte, la animación en ocasiones grotesca e imposible se amolda perfectamente a la temática que aborda la serie, con movimientos muy dinámicos y con fluidos corporales por doquier.

En definitiva, a pesar de que Devilman Crybaby no es un título para cualquiera (sobre todo por la cantidad de gore y sexo explícito), es un anime recomendado para todo aquel que quiera ver algo distinto y con mensaje, más allá de una animación bonita. Además, estamos hablando de un título considerado de culto, referente de obras como Evangelion o Berserk, entre otros (la dualidad Ryo-Akira yo la veo en muuuuuuuuchas narraciones niponas más o menos conocidas).

Al final, a pesar de que la humanidad pueda llegar a ser capaz de lo peor, de que al menor instinto nos volvamos violentos e irracionales, siempre habrá una diminuta luz de esperanza, de altruismo, de amor al prójimo y hacia uno mismo. De eso también habla Devilman Crybaby.

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